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Fernando Reyes, un testimonio que camina por las calles de Pucón

Publicado

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Por Rodrigo Navarro (Palomo)

Fernando Reyes y nuestro colaborador, Rodrigo Navarro, quien escribió esta historia.

En plena quincena de febrero y en medio del acelerado ir y venir de los turistas que visitan la zona lacustre me llamó la atención ver a un caballero que relajadamente se abría paso entre el vertiginoso movimiento de los transeúntes que caminaban por la vereda sur de calle Brasil. Él, luego de avanzar unos metros se detuvo frente a mí, extendió amablemente su mano y con una gran sonrisa me saludó. Lo observe una fracción de segundo y mi sorpresa fue mayor al percatarme que tras una noble mirada había un antiguo vecino que hace tiempo no veía. Se trataba de Fernando Reyes, hombre muy querido en la comuna por el trabajo y entrega social que realizó durante años en el hospital San Francisco de Pucón.

A los pocos minutos de charla me sorprende con una espeluznante confesión que contrista mi espíritu, pues menciona que los últimos meses de su vida han sido bastante aflictivos anímicamente, debido a que le detectaron un cáncer a la próstata grado 4, o sea terminal. Eso, además de un cáncer a los riñones con un tumor y una metástasis a la columna con múltiples nódulos que lo han disminuido físicamente.

Inmediatamente mi mente se desconcierta y se niega a creer lo que me cuenta, y en un flash back, con el afán de escapar de la realidad, viajo a mi infancia, al Pucón antiguo. Y lo recuerdo atendiendo  pacientes que iban a retirar sus remedios a la pequeña ventanilla de la farmacia del centro asistencial con la afabilidad y empatía que siempre le han caracterizado y que muchas veces lo llevaron a ser galardonado y reconocido por sus pares.

Fernando nació en Pucón un 30 de mayo de 1945 y a sus casi 74 años pertenece a la generación dorada de personas que han marcado los tiempos contribuyendo al empuje y crecimiento de lo que hoy es conocido como uno de los principales polos turísticos de nuestro país.

Con nostalgia recuerda que antes de cumplir 18 años, mientras realizaba el  4º año medio en un colegio nocturno fue llamado por la religiosa y directora del hospital San Francisco de aquella época, Sor Theola, quien le ofreció ingresar a trabajar al centro hospitalario como obrero, y el año 1962 se convirtió en el primer conductor de vehículos que tuvo el hospital San Francisco, pues le tocó la misión de transportar la arena y los pesados materiales con que se construyó la lavandería ubicada en el ala poniente del edificio. Luego de unos segundos se sonríe, me mira  con un grado de picardía y me demuestra el buen humor que siempre le ha caracterizado al decirme que para esa misión le pasaron, nada más y nada menos, que el principal medio de transporte existente en esos años … una carreta de madera, con su respectiva yunta de bueyes. Incluso, se acuerda que los animales se llamaban: el Precioso y el Lindo, los que debía enyugar y dirigir diariamente con una garrocha bajo las voces de mando y los gritos que suelen darle los campesinos a estos animales: “tiiiizza , liiiindo, precioooosooo, chooooo”.

Con el correr de los años y en su afán de crecimiento personal se dedicó a estudiar un curso de auxiliar de farmacia, donde salió graduado con honores, inscribiéndose posteriormente en el colegio de paramédicos de farmacia, logrando así tener una profesión que lo catapultó a ser el encargado de la botica del mencionado centro asistencial, trabajando en forma responsable e ininterrumpida, hasta que jubiló.

En medio de la conversación me percato que hemos avanzado varias cuadras desde el punto donde nos encontramos y le pregunto si está cansado, a lo que me responde que no, ya que con el fin de tener un buen estado físico camina 4 kms diarios por su querida comuna. Y en ese paseo cotidiano se encuentra con muchas personas que manifiestan su aprecio, recordando con cariño la buen atención que él les brindó cuando ejercía labores en su puesto de trabajo, lo que emocionalmente le reconforta pues siente que los 47 años que se desempeñó en el San Francisco no fueron en vano, ya que también recibió la confianza de las distintas jefaturas que han pasado por ese lugar, pues vieron en él a un hombre muy responsable en su labor de auxiliar de farmacia. Incluso recuerda que el uno de mayo del 2009  el sindicato de trabajadores del hospital de Pucón lo premió como persona destacada y como el trabajador más esforzado y antiguo de la comuna en un masivo acto que se desarrolló en el gimnasio local.

Al cruzar la calle principal, en la intersección de O’Higgins con Palguín lo noto ansioso. Se detiene un momento. Me mira con ojos brillosos y en un acto de profunda reflexión nuevamente me sorprende con otra confesión, ya que desde hace un tiempo a esta parte, y a pesar de todas sus enfermedades se encuentra  viviendo días felices, pues cuando fue a hacerse la 7ª quimioterapia correspondiente a su tratamiento terapéutico para destruir las células cancerígenas, el oncólogo que lo atiende le informó que milagrosamente los exámenes eran favorables, por lo cual debía hacer una vida normal.

Esto me deja sin palabras y derechamente le pregunto si aparte de la medicina tradicional, acudió a remedios alternativos para llegar a esta positiva instancia. O mejor dicho, ¿a qué atribuye tan grande milagro?  Y él, con una sólida convicción, me responde: “a Dios y su gran poder”. Luego continúa y menciona que durante su doloroso lecho de padecimiento físico fue visitado por muchos creyentes evangélicos y católicos que unidos hicieron cadenas de oración elevando plegarias y cánticos al Doctor de doctores para que restaurara su salud, y luego de un profundo suspiro dice: “Y ya lo ves. Él oyó, me mejoró, y aquí me tienes paseando por Pucón y conversando contigo gracias al amor del Creador que me dio una nueva oportunidad y me dejó en este mundo como evidencia real para que otros igual crean, acudan y tengan fe, pues para Él no hay nada imposible”.

El testimonio de Fernando Reyes es tan emotivo y potente que la caminata se me hizo corta pues no me di ni cuenta que ya estábamos en el exterior de su casa. Acto seguido nos despedimos con un abrazo fraterno y me retiro del lugar agradecido y con una especial sensación de energía en mi espíritu al poder escuchar todo lo que me compartió este puconino de corazón, meditando a la vez cuán importante son para el ser humano la fe, la esperanza y el amor.

 

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