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Opinión

Explotación sexual en Pucón

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*Por Miguel Lepe

El reciente caso que se dio a conocer el 31 de otubre, donde dos hombres, 80 y 50 años respectivamente, de Pucón, fueron detenidos y acusados de violación de dos jóvenes menores de edad, en el sector rural de Coilaco Alto, no es solo una tragedia individual, sino un síntoma de dinámicas sistémicas propias de la Explotación Sexual Comercial de Niños, Niñas y Adolescentes (ESCNNA). 

Estas prácticas no surgen al azar: se articulan mediante estrategias deliberadas de captación, donde figuras adultas con alguna cercanía al entorno de la víctima, establecen relaciones pseudoafectivas que simulan afecto, protección o interés genuino, pero que en realidad ocultan una intención de control, dominación y abuso sexual. Entre las tácticas más comunes están el padrinazgo, donde el adulto se presenta como benefactor, brindando regalos, dinero o favores a cambio de sumisión, el aislamiento progresivo de la red familiar o comunitaria, la manipulación emocional (“solo tú me entiendes”, “esto es nuestro secreto”) y la compra de silencio, que refuerzan la dependencia afectiva y material de la víctima. 

Desde una perspectiva psicosocial, estas dinámicas se sostienen en desigualdades estructurales como la pobreza, la exclusión, debilidad institucional y en una cultura patriarcal que normaliza la sexualización de cuerpos infantiles y los sentimientos de impunidad dado las bajas penas de persecución legal.  El abuso no siempre es violento en apariencia: muchas veces se disfraza de vínculo afectivo, lo que dificulta su identificación incluso para quienes están cerca de la víctima. La ambigüedad emocional generada por estas relaciones pseudoafectivas confunde a los niños, niñas y adolescentes, quienes pueden sentir culpa, lealtad o incluso afecto hacia su victimario, obstaculizando la denuncia.

En este contexto, la sociedad civil no puede permanecer al margen. El rol de vigilancia comunitaria es esencial: reconocer que el “padrinazgo sospechoso”, los regalos desproporcionados a niños, niñas y adolescente por parte de adultos no familiares, o cambios abruptos en su conducta (retraimiento, angustia, conductas sexualizadas) son señales de alerta. Denunciar no es “entrometerse”, sino ejercer un deber ético de protección. La prevención de la ESCNNA requiere redes activas de cuidado, donde vecinos, docentes, profesionales de la salud y líderes locales asuman la responsabilidad colectiva de proteger la infancia.

En definitiva, casos como el descrito en Pucón recientemente, exigen justicia, pero también transformación cultural. Desmantelar las dinámicas de la ESCNNA implica desnaturalizar las relaciones de dominación disfrazadas de afecto, fortalecer la autonomía y voz de los niños y adolescentes, y construir comunidades que no toleren el silencio frente al abuso. La infancia merece entornos seguros, no cómplices.

*Miguel Lepe Mella es Trabajador Social, Universidad de Los Lagos y posee varios diplomados en trabajo con menores y otras áreas.

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