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Opinión

Un dedo en el poto

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*Por Richard “Villarrica” Lake

A uno, que ya peina más canas que ilusiones, le cuesta entender estas modernidades que nos quieren meter a la fuerza, con la fuerza del examen de próstata que algunos tantos disfrutan. Pero aquí estamos, nuevamente, enfrentados al nuevo invento municipal: el sistema de parquímetros “inteligentes”. Una maravilla tecnológica que, para funcionar, exige una aplicación móvil, un registro, un código, un PIN, un usuario, probablemente un certificado de bautismo digital y, si me apura, hasta la clave del WiFi del vecino.

Porque, claro, la vida no era lo suficientemente difícil. No, señor. Había que agregarle otro trámite para estacionar un auto en el mismo pueblo donde uno aprendió a andar en bicicleta con ripio, sin casco y sin trauma.

Y mire usted, que yo soy un hombre mayor. A duras penas logro que el teléfono me reconozca la cara sin confundirme con un tronco, y ahora quieren que descargue una aplicación que –según dicen– “hará todo más fácil”. Fácil para quién, me pregunto. Porque hasta el pollo más flaco del corral —ese que mira de lado, escuálido y sólo por momentos algo avispado— entendió de inmediato que esto iba a traer problemas. ¡Pero problemas fuertes! Problemas de esos que se ven venir con la fuerza del exalcalde en la búsqueda de la pasión y el amor.

Lo increíble es que el gallo preparado —el que se supone estudió, viajó, trabajó, se formó, se iluminó— no vea lo evidente. Uno pensaría que la primera autoridad tendría, al menos, el pudor de anticipar el impacto de obligar a miles de vecinos, adultos mayores y visitantes despistados a manejar una aplicación que ni siquiera sabemos si funcionará en días de lluvia, cuando aquí se corta la luz por el canto del treile.  

Pero no. Al parecer, esta innovación es como una dedito en el poto: inesperada, incómoda para la mayoría (salvo para el que se ganó la licitación ) y absolutamente fuera de lugar. Igualita a la portada del nuevo pasquín comunal, donde un perrito víctima de un dedito o “una mano”  aparece en actitud sospechosamente parecida a la sensación que tendremos todos cuando intentemos estacionar en nuestro pueblo.

Porque seamos francos: esto de los estacionamientos virtuales no es modernidad, no es progreso, no es eficiencia. Es una examen prostático sin anestesia, aplicada sobre una comunidad que ya bastante tiene con sobrevivir a los scooter asesinos, al tráfico, al turismo, a los tacos eternos y al eterno entusiasmo municipal por complicarnos la vida en nombre de la “innovación”.

Y aquí estoy yo, un vecino común, tratando de entender por qué el pollo enclenque vio el peligro y el gallo listo no. Tal vez la respuesta es simple: para ver los riesgos hay que mirar el territorio, no el PowerPoint. Mientras tanto, preparen sus teléfonos. Que el dedito viene todo el año, y no precisamente para saludar.

*Richard “Villarrica” Lake es un jubilado puconino con demasiado tiempo libre y, según él, “experto en todo”. Asegura que es “nacido y criado” en la zona, pero no estamos en condición de validar eso. Amenaza con recorrer cada rincón de la comuna buscando temas para escribir; pero tampoco podemos asegurar que eso sea verdad.

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