Opinión
Respuesta a Richard Lake: guía de supervivencia emocional para urbanistas sensibles
*Por Roberto Nappe

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Richard, quiero decirte que sobreviví a tu columna, y no sé si celebrarlo con una marraqueta solitaria o pedir asilo literario en algún hostal boutique con nombre en mapudungún mal escrito. Leer tu epifanía urbana sobre Pucón fue como escuchar a alguien que viajó al sur buscando paz interior y encontró sopaipillas. ¡Qué tragedia! Imagínate tú querido cronista de la Master Plop que hay quienes caminan esas mismas cuadras con gratitud por vivir entre montañas y volcanes, aunque tengan que esquivar a un par de turistas con pantalones caídos y cadenas compradas en AliExpress.
Sí, Pucón tiene humo, tiene chucherías y tiene hongos. Pero también tiene bosques que te abrazan (literal y metafóricamente), aguas termales que no entienden de sarcasmo, y un volcán que no necesita Wi-Fi para dejarte sin palabras. El “festival de hongos” que te pareció tan “emblemático” es, por cierto, un encuentro científico-cultural que celebra la biodiversidad de un territorio que aún se permite crecer con algo de mística, lejos de las filas de Starbucks.
Claro, los precios pueden doler más que una caminata en crocs por la nieve. Pero quizás el problema no es Pucón, sino tu umbral de expectativa: si buscabas Mónaco, te equivocaste de cordillera. Acá no hay yates, pero hay kayaks. No hay Fórmula 1, pero hay ciclovía. Y no hay Grace Kelly, pero sí la tía que vende mote con huesillos y te pregunta si quieres “con azúcar o sin”.
Y sobre los turistas de hoy… gracias por ese detallado retrato entre prejuicio y reality. Hay gente que viene a sanar, sí. A llorar abrazando árboles, quizás. Pero también vienen familias completas a reencontrarse, parejas a comprometerse bajo las estrellas, y sí, incluso empresarios a invertir en este “delirio colectivo” que tú describes con tanta ternura posmoderna. Si supieras cuántos han descubierto aquí no solo hongos, sino sentido.
En cuanto al diario local… sí, puede que a veces tenga la poesía de un ticket de parquímetro. Pero al menos informa. Y a veces hasta inspira. Aunque no tenga horóscopo ni pechugas, tiene historias. Y lectores. Que no siempre huelen las páginas, pero que las sienten suyas.
Entonces, sí. Pucón está caro, está lleno, está a ratos perdido. Como casi todos nosotros. Pero también está vivo. Y sigue siendo un refugio, un territorio que mezcla lo ancestral con lo aspiracional, lo mágico con lo doméstico. Un lugar donde el humo no solo es de estufa antigua, sino de asados compartidos. Donde la sopaipilla con pebre se codea con la carta de vinos orgánicos. Y donde, a pesar de columnas como la tuya, seguimos eligiendo quedarnos.
Porque no hay mejor lugar para vivir que aquel que amas incluso cuando te molesta. Ese lugar que, con todas sus contradicciones, te obliga a mirar hacia adentro y preguntarte: ¿realmente vengo a criticar, o vengo a aportar?
Pucón no necesita que lo describan. Necesita que lo cuiden. Que lo entiendan. Que lo caminen con más humildad y menos sarcasmo. Porque amar un lugar es también saber hacerlo mejor. Así que la próxima vez que salgas a tomar café y vuelvas con estrés, recuerda que también podrías volver con otra cosa: amor por el lugar donde vives. Y si no, al menos un buen hongo.

*Roberto Nappe es un empresario local y emprendedor en innovación y transformación digital.