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La historia de David: el niño futbolista que perdió el partido frente a la droga

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  • Fernando Merino, papá del joven que falleció a fines de abril, cuenta el crudo testimonio del camino en picada del menor de edad en el mundo del consumo. Espera que el relato sirva para visibilizar una dura realidad que se vive en Pucón y ayudar a familias que están pasando por este complejo problema del que poco se habla. 

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Faltaban solo dos días para su cumpleaños número 18; pero David Merino no llegó a la cita de su celebración. El 22 de abril perdió una batalla que no comenzó con un intento de suicidio días antes; sino que varios años atrás cuando tuvo su primer contacto con la droga. Específicamente un pito de marihuana que un “amigo” le convidó en una plaza de Pucón. En ese tiempo, David solo tenía 15 años y quería ser futbolista. 

La historia de David, quien perdió la vida hace algunas semanas y saltó a las redes sociales por los fuegos artificiales que lanzaron en su funeral, la cuenta su padre Fernando. Un músico de 56 años, emprendedor y misionero cristiano que, pese a que luchó y enfrentó el problema, fue totalmente superado por la situación. Nunca es fácil pelear solo y sin apoyo externo a un enemigo soterrado, slencioso, escondido y también negado por muchos. 

“Soy de Santiago, pero el año 2004 salimos de Santiago con mi ex esposa. Nosotros éramos misioneros. De una iglesia cristiana. Y fuimos enviados como tales a El Salvador, a la región de Atacama. Y David nació allá en 2007. Después nos enviaron a La Serena, y ahí estuvimos 10 años viviendo. Ese fue como el lugar de formación de David y donde él estuvo casi la mitad de su vida”, recuerda Fernando y luego agrega: “David era un niño muy inquieto, muy inteligente, notable desde pequeño. Desde los cinco años que yo lo metí en fútbol, y siempre desde esa edad se destacó por ser siempre el mejor”.

El padre cuenta que si bien en el colegio no se destacaba tanto como en la cancha, no era mucho problema. Según el progenitor, el joven era muy inteligente por lo que no le costaba mucho “zafar” en lo estudiantil; aunque definitivamente lo de él era el deporte popular. Ya sea de central, volante o, incluso, de delantero. Un “todocampista”. Pero las cosas se comenzaron a complicar en 2016. Un quiebre matrimonial pudo ser, de acuerdo al relato del papá, la base para el descalabro que vendría unos años después. 

“El año 2016 —dice Fernando— nosotros tuvimos una separación con su madre, la cual a él le afectó mucho y decide vivir conmigo a los nueve años. Y por varias circunstancias de trabajo sobre todo, y por también un tema de salud mental y emocional mío, decidimos irnos a Santiago. Estuvimos un año en la capital y luego a Pucón”.

A esta comuna (Pucón) llegaron en 2019. David tenía 12 años y la integración fue más o menos rápida. Primero por la congregación cristiana La Viña a la que comenzaron a asistir y también por el fútbol. El chico se inscribió en el club Comercial, institución que lo recibió y en la que comenzó a jugar en los equipos infantiles. La verdad, dice Fernando, es que destacó rápido. Su espíritu, habilidad y buena disposición le permitieron desarrollarse bien y llamar la atención de los profesores. De hecho, no demoró en llegar a selección local: “Salía todos los años elegido el mejor jugador, siempre lo estaban cambiando de puesto y siempre salía el mejor jugador en el puesto que estuviera”.

Pero a los 15 años las cosas se complicaron. Quizás por un reencuentro que tuvo con la madre o tal vez por otros factores. Lo cierto es que la vida del niño iniciaría un espiral que, a la postre, no tuvo retorno. Primero fue la marihuana, luego drogas más duras como la cocaína y el tussi. “Como a los 15 años él empezó a tener un cambio. Dejó el deporte, cambió de amigos, y empezó a salir. A salir mucho, y empezamos a tener problemas entre nosotros. Nunca fue tan rebelde y siempre mantenía su cuota de respeto, pero sí yo noté un cambio muy grande ahí. Le fue mal ese año en el colegio, aunque pasó el curso tuvo que cambiarse, no lo admitieron más en el colegio donde estaba”, dice Fernando, quien en el mismo período volvió a contraer matrimonio.

En la iglesia las cosas tampoco iban bien. David, tal como otros hijos de cristianos, decide alejarse de las creencias: “Quizá él estaba un poco saturado del ambiente cristiano. El se rebeló un poco contra Dios y tenía esta rabia que, según yo, era por una mezcla de cosas, entre ellas, lo de su madre. Él empezó como a esta edad a fumar marihuana. Yo me acuerdo de haberlo ido a buscar a la plaza. Se juntaba ahí con los amigos que empezó a frecuentar y que yo no conocía. No era el círculo de amigos del fútbol y empecé a notar que él estaba fumando. Fueron como dos años y medio que estuvo este tema”.

Obviamente las costumbres del joven comenzaron a cambiar. Los “amigos” ya no eran los mismos de la niñez y el fútbol comenzó a quedar atrás. Demasiado como para alcanzarlo con una pichanga improvisada que a veces salía en las Canchas Arcaya. El consumo, en tanto, era más intenso y un día David le confiesa a Fernando que ya experimentaba con drogas más fuertes, pero que no quería hacerlo más. “Yo tuve un pasado de adolescente bastante fuerte en ese sentido —recuerda el padre— y esa es una de las razones por las cuales soy cristiano. La verdad es que la sanidad que yo tuve fue un milagro. Nunca asistí a una clínica, ni psicólogo, ni nada. Mi mamá era cristiana y oraba por mí. Y me invitó una vez a una reunión, oraron por mí y yo nunca más volví a consumir. Entonces yo ya tenía 27 años, yo consumía desde los 15”. 

Pero las ayudas que Fernando entregó como el apoyo, la oración, psicólogos y demases no lograron el objetivo deseado. Los períodos de consumo intenso se espaciaban con tiempos de tranquilidad. Eso era raro, confiesa el progenitor, porque el joven no se mostraba permanentemente en drogas, sino que eran momentos que podían durar, eso sí, varios días. El verano de 2022 fue el más complicado. Lo vieron poco porque se quedaba donde los amigos. Tuvo, además, problemas con la justicia ya que lo sorprienderon robando en un supermercado. También escaló de consumidor a vendedor de estupefacientes. Es decir, su situación seguía empeorando. 

“Cuando a él lo pillan robando el supermercado, es el juez quien determina que él tenía que estar en un programa que es el PIE (Programa de Intervención Integral Especializada) donde él está hasta el día en que pasó el acontecimiento (se refiere al intento de suicidio). La verdad es que tampoco hubo mucha ayuda, yo en varias ocasiones les pedí ayuda a ellos, les dije que lo que se estaba haciendo era muy básico para David. Tenían reuniones una vez por mes, y cuando David no iba ya era hasta el otro mes”, esgrime Fernando, quien agrega que el joven también pasó por un tratamiento en el consultorio, el que tampoco dio resultado.

Fin de semana fatal

Y así pasó el tiempo. Salidas y entradas de la casa; una escolaridad difícil y el consumo que lo amenazaba permanentemente y se agudizaba cada cierto tiempo. Eso hasta que llegó el fin de semana del pasado 11 de abril. Fue ahí cuando David desapareció de la casa, del “radar” del padre y también de su polola. 

“El no estaba conmigo, creo que sale con unos amigos y le dice a la polola ‘voy y vuelvo’ y no volvió. Yo no supe nada de él hasta el sábado cuando me cuenta la polola que la llamó a ella. Le digo ‘oye David no me ha contestado’ y me dice ‘no tío, David salió ayer y no ha vuelto’ Y empiezo a llamarlo, empiezo a llamarlo, no contestaba nada. Él pierde su celular, creo que el sábado a la noche, y llega el domingo como a las 12 del día a la casa”, recuerda Fernando de ese fatídico fin de semana.

David se mostraba ansioso, como muy “pasado de revoluciones” y pasó una mala noche. Casi no durmió. También presentaba malestares físicos. El lunes deciden llevarlo a la Urgencia del hospital. El joven reconoce consumo de cocaína, por lo que le dan una pastilla para tranquilizarlo y durmiera. Pero no funciona. Fernando decide llamar al hermano mayor de David, quien llega para ayudarle. En tanto, David sale donde otros amigos y llega más tarde ese lunes a la casa. Siempre con las mismas evidencias físicas que demostraban que la crisis seguía.  

“Siempre cuando estaba con esta crisis se iba para el patio. Y se sentaba afuera. Tenía una silla ahí y en ese lugar se fumaba su cigarro, se calmaba un poco, y entraba. Bueno, y en una de esas que sale al patio, yo salgo para afuera, y le digo ‘hijo, vamos a acostarnos, vamos a acostarnos’. Y me decía, ‘no papá, déjame acá, quiero estar un rato tranquilo, quiero estar un rato tranquilo’. Y no tienen que haber pasado ni cinco minutos, y yo le digo a mi hijo mayor que yo estaba preocupado. Mi hijo mayor sale al patio y se encuentra con David que había atentado en contra de su vida”, relata.

Pero David no logra el objetivo. Tanto el padre como el hermano lo consiguen rescatar de la situación y lo llevan a la Urgencia del hospital. De ahí lo derivan a Villarrica: “Logramos sacarlo, meterlo al auto en unos pocos minutos y llevarlo al hospital. Él llegó sin signos vitales, sin respiración, sin nada, y en el hospital logran reanimarlo, pero tiene tres paros cardíacos, que son los que al final provocaron su daño cerebral y su muerte después de varios días. En Pucón, eso sí, logran estabilizarlo y mandarlo de urgencia a Villarrica”. El alto consumo estaba haciendo estragos en su organismo. 

Luego de Villarrica lo envían a Temuco para operarlo del edema cerebral y esperar una evolución positiva. Pero las cosas empeoraron. Su cabeza presentaba una inflamación en extremo peligrosa y los doctores le informan a la familia que, de salvarse, las secuelas eran muy complejas. “El día jueves nos comunican de que este edema ya había avanzado, que no había respuesta en su cuerpo, y que lo más probable es que estaba ya a punto de una muerte cerebral”, recuerda. Pese a todo esperaron una evolución positiva, la que nunca llegó. David fallece el 22 de abril, dos días antes de cumplir 18 años y a una semana de viajar a España con el padre por una capacitación de este último. Toda una vida por delante, pero la droga no lo perdonó.

Ayuda a otros niños

Ahora, sobre el por qué Fernando se atreve a contar este testimonio tan duro, tan violento y tan de Pucón. Simplemente reconoce que no quiere que más familias puconinas pasen por lo mismo. Tratar de brindar ayuda de manera más sistematizada con apoyo médico, psicológico y espiritual. Visualiza una fundación. 

“Vienen muchas cosas a mi mente. Hay mucho dolor, mucha impotencia y muchos sentimientos de culpa también. Pero yo creo que lo más fuerte que me ha quedado y que me va a quedar es el poder ayudar a otros jóvenes. Es una promesa que yo se la hice a él, cuando todavía estaba con vida, y una promesa que también se la hice a Dios. La impotencia de haber podido ayudar a tantos jóvenes (como misionero evangélico) y no haber podido ayudar a mi hijo es súper fuerte, pero creo que hay todavía mucho que hacer”, dice y luego agrega: “Hay muchos jóvenes por ayudar. Hay muchas familias que necesitan apoyo, que necesitan algo concreto. Por último, yo sé que no voy a poder lograr que esto no pase nunca más, pero por último que la gente tenga una ayuda digna. Estos programas estatales que hay, con todo el respeto que me merecen las personas que ahí trabajan y que quizás hacen su mejor esfuerzo, no tienen ninguna incidencia en los jóvenes ni en las familias”.

Por ahora esto está en una etapa inicial. El primer movimiento es dar esta entrevista y visibilizar el problema. Sostiene que es probable que sean cientos las familias que están pasando por una situación similar en Pucón. Luego de terminar su pasantía en España en seis meses más, Fernando Merino volverá a Chile y a la comuna. Para él, la derrota con su hijo fue dura. Pero lo toma como una batalla perdida, aunque queda una guerra por pelear. Si logra su objetivo, tal vez y solo tal vez, la muerte de David no habrá sido en vano.

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