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Opinión

Pucón vale hongo

*Por Richard “Villarrica” Lake

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Acabo de sobrevivir a un feriado de media semana en Pucón. Y no sé si celebrar o mandar a quemar mi carné de residente permanente. Salí a tomar un café, volví con una deuda en la Master Plop y el diagnóstico de estrés postraumático. Porque hay cuadras acá que caminarlas es como vivir en una fonda eterna, pero sin anticuchos: sólo el humo y las chucherías inservibles a un costo de  presupuesto de jeque árabe.

¿Y todo esto por qué? Porque vivimos en un delirio colectivo. Aquí creemos que Pucón es Mónaco, pero con niñas vendiendo sopaipillas al lado de un cráter activo. Y a veces ya no nos alcanza ni para una feria costumbrista, si el evento estrella de la temporada otoño-invierno es un festival de hongos. “Hongos”. Nada más emblemático por momentos.  Con cariño eso sí. Amor de autocrítica.

En muchos lados los precios son una sátira de mal gusto. Una noche en cabaña con olor a humedad: $120.000. Una hamburguesa con pan añejo y lechuga con ansiedad por $15.000. Y el desayuno continental es una marraqueta solitaria con dos lágrimas de mermelada de frambuesa. ¿Y la explicación? “Es que estamos en Pucón, po’”. Ah, perdón. Con razón me están cobrando por respirar el aire que cada vez le queda menos con el humo de las estufas del siglo XIX que sobran en invierno.

El turismo ya no es lo que era. Antes venía gente que se maravillaba con el volcán, que querían esquiar, invertir, pagarle al maestro local para construir sus loft. Hoy vienen gallos con pantalones caídos, con cadenas y tatuajes y con autos que  hacen ruido con un alarde de inseguridad que hace suponer que no tienen todo lo que necesitan en casa y buscan llamar la atención. Turistas que creen que “ir al cerro” es tomar ayahuasca en algún reducto rural o ir al parque o abrazar árboles y terminar llorando por las culpas que nos genera el desarrollo. En un hostal boutique eso sí. 

Y el diario local, bueno… ese pasquín digno heredero de “La Cuarta” pero sin las tetas ni el horóscopo. Y como si fuera poco, los lectores lo leen como quien descifra jeroglíficos bajo LSD. Basta con ver lo que entendieron de mi columna anterior: ¡me felicitaron por apoyar al municipio! Yo, que terminé la columna con un libro de erotismo tántrico y un candado helado en la puerta. ¿De verdad? ¿Leen o huelen las páginas?

Pucón está caro, está lleno, está perdido a ratos. Y lo peor de todo es que aún así lo amamos. Porque uno ama incluso lo que lo irrita. Como el mate amargo, el reggaetón o ese pariente que se cree chamán de esos que abundan en esta zona. Pero no me quejo. Solo cobro la entrada del espectáculo que significa describirlo.

*Richard “Villarrica” Lake es un jubilado puconino con demasiado tiempo libre y, según él, “experto en todo”. Asegura que es “nacido y criado” en la zona, pero no estamos en condición de validar eso. Amenaza con recorrer cada rincón de la comuna buscando temas para escribir; pero tampoco podemos asegurar que eso sea verdad.

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