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Obituario de Max Wenger: Adiós maestro 

*Por Rodrigo Vergara

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Enrique Maximiliano Wenger Meza partió la tarde del 27 de diciembre a la edad de 81 años. Pero con él no sólo se va una persona que, seguramente, dejará un buen recuerdo entre sus cercanos y familiares. Más que eso. También se va un hombre que hizo de las comunicaciones y el periodismo casi una forma de vida.

Porque sí, don Max (como le decíamos) era uno de esos periodistas de la vieja escuela, con la base de los profesores normalistas y con la formación académica de la Universidad de Concepción. Pero más allá que eso y de su trayectoria de más de 60 años en medios y en labores tan importantes como las desarrolladas para la Organización de Estados Americanos (OEA); Max Wenger era también un formador de periodistas. 

Y me tocó vivirlo (eso de la formación) cuando trabajé bajo su mando en la ya extinta Radio Parque Nacional Villarrica a principios del 2000. No fueron muchos meses; pero el tiempo que pasamos juntos en la antigua casona de la calle Vicente Reyes en Villarrica, caramba que me sirvió y me marcó. Y si pudiera dejar en este texto sólo una idea de las muchas que inculcaba Max Wenger (certeza en los datos, reporteo, buen uso del lenguaje, pulcritud en el vestir y varios etc.) era una que marcaba la ubicación “temporo-espacial-social” de quienes ejercemos este oficio. Y eso lo resumía en una frase clave que nunca olvidé: “Si a usted le quitan la grabadora o el micrófono, usted es nadie”. Y apuntaba directamente a que la gente nos hablaba o tomaba en cuenta sólo porque representábamos la potencia de un medio de comunicación. Sin ese respaldo la verdad es que no existíamos más allá de nuestros entornos personales. 

Y lo anterior resultó demasiado importante cuando me tocó estar en medios más grandes, ya en Santiago. Ahí se abrían las puertas de La Moneda, los tribunales y el congreso no porque era un periodista del sur algo “aguja”; sino porque detrás mío había un diario o una revista de referencia. Y lo anterior aplica para medios de pueblos como en el que trabajo actualmente o los grandes que dejé hace ya más de una década. La gente no nos habla y abre sus puertas por nosotros mismos, sino que la fuerza está en el medio. Así, los egos personales (algo tan común en el periodismo) tienden a aquilatarse y los humos bajan. Y esa enseñanza (que no todos reciben o entienden) se la debo exclusivamente a don Enrique Maximiliano Wenger Meza. Y en mi caso le estaré agradecido de por vida ya que me ha evitado muchas frustraciones y malos ratos. 

Por cierto tampoco olvido los retos por datos mal puestos o no chequeados; o por tratar de “vender humo” con noticias que no valían la pena de estar en el noticiero central de la Parque. O por reírme mucho con los muchachos de control o con el locutor de turno. A don Max no le gustaba la estridencia y su mal humor era conocido. Pero en el fondo, lo compensaba con su caballerosidad de un hombre de la vieja guardia. En sus últimos años traté de convencerlo para que escribiera una columna en LVP, pero nunca accedió. No tuve muy claras las razones; pero me hubiese encantado tener su fina pluma y sus ideas claras en este pequeño diario puconino. No se pudo; pero ya da igual. La verdad es que siempre estaré agradecido de Max Wenger. Sólo resta decir adiós maestro, espero que su último viaje sea agradable.

*Rodrigo Vergara es periodista y editor de LVP.

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