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Apertura del cráter del Villarrica: un “día histórico” en primera persona
(*Por Rodrigo Vergara)
- Un equipo de La Voz de Pucón estuvo en un ascenso el viernes 22 de noviembre, fecha en la que luego de un poco más de dos años se liberó la cima del macizo para subidas turísticas. Este es el relato.
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A las 6:30 hrs. de la mañana del viernes la actividad era evidente en las calles del centro de Pucón. Tal como antes de la pandemia, o del “estallido social”; o de la erupción fallida del Villarrica. En fin, tal como siempre fue en este pueblo. O al menos como fue desde hace 30 ó 40 años. Gente caminando rápido por las calles, la mayoría extranjeros. Personas con mochilas y equipos de montaña. Una que otra cafetería abierta dispuesta a vender el último café o sándwich para esos que, por quedarse dormidos, no alcanzaron a ese desayuno potente que de energías para afrontar los 2.800 metros que hay hasta la cima del volcán.
Pero la escena no se repetía desde hacía un poco más de dos años, cuando la “Alerta Amarilla” bloqueó la cima y la posibilidad de llegar al cráter para las agencias de turismo. Pero este viernes, fue un “día histórico”, y ahí estaba yo, un simple periodista de LVP dispuesto a, al menos, intentar el desafío de pisar el cráter de la majestuosa montaña. El 22 de noviembre quedará marcado para el turismo en Pucón. Ese día se abrió oficialmente la cima.
La agencia Go Pucón fue la patrocinadora y junto a cuatro expertos guías locales, este cronista se unió a otros once turistas que querían lo mismo. Así, luego de firmar el documento de exención de responsabilidad que, en resumen, aclara que conozco que la actividad tiene un riesgo y que si pasa algo es fue mi decisión la que llevó ahí; me pasan una mochila que tiene desde polainas, hasta un extraño artefacto de plástico (después explicaré para qué sirve). Además de eso, ropa de montaña, un piolet, crampones y unos zapatotes que me dicen que debo calzarme antes de salir. Todo listo.
Ya en el transfer la conversación con los guías gira en torno al significado de este día histórico y cómo lograron sobrevivir en los dos peores años (cuatro si se cuenta desde el “estallido) de la historia del turismo aventura en Pucón. El volcán, definitivamente, es el principal atractivo y la industria que se ha desarrollado en torno al macizo es en extremo sensible a las variaciones de las alertas. Con nosotros van cuatro guías y un ayudante. Jorge Carrillo, Erick Miranda, Sergio Vera y Andrés Arancibia son los expertos montañistas. El ayudante es un joven Cristóbal Anwandter, un ingeniero civil que decidió que en la montaña estaba su verdadera pasión y ahora lucha por convertirse en guía certificado. Si fuera por simpatía y amabilidad, ya lo sería; pero la homologación no es algo sencillo. Trabaja en eso.
Carrillo, en tanto, con 60 años es uno de los más experimentados guías de montaña puconinos. Cuenta que se las rebuscó en otras actividades. Estuvo lejos, en la minería y guió otras actividades. Miranda, Vera Arancibia lo mismo. Todos, de alguna forma u otra, trataron de sobrevivir. Incluso de Uber. Como sea, este viernes 22 de noviembre las cosas comenzaron a tener un giro a su favor. Otra vez se enfrentarían a personas, en su mayoría extranjeros, con el desafío de guiarlas, protegerlas y, en la medida de lo posible, llevarlas al cráter.
La caminata comenzó en la cafetería del Centro de Montaña. La empresa controladora Andacor, amablemente habilitó el andarivel de silla en Juncalillo. Sólo por ese día sería gratuito. Luego tendría costo, aunque se incluiría un segundo medio de elevación desde la cafetería. Toda una ayuda por cierto para acortar los tiempos. Pero esta vez había que caminar desde la misma cafetería.
Al principio todo bien. Luego de la charla explicativa de Carrillo en español y Vera en inglés, nos dispusimos a la caminata. Alguna vez hice el mismo recorrido cuando tenía 22 o 23 años. La recordaba como un trekking fuerte. Ahora, a los 50 no temía al cansancio. Creía que mi afición por el fútbol o el gimnasio ayudarían. Quizás subestimé el esfuerzo. En fin, como sea, la primera hora estuvo bien. Pero a medida que pasaba el tiempo, la dificultad fue en aumento. Gradualmente eso sí. Y se notó en la primera parada, ya cerca de las ocho de la mañana. Algo así como a los 1.600 metros. Hacia abajo la vista del valle puconino es maravillosa. Hacia arriba una nube amenazante comenzó a poner las primeras dudas sobre la posibilidad de una cumbre. La isotónica y un pan con queso me permitieron recuperar fuerzas. Había que seguir.
Desde ahí las complicaciones aumentaron gradualmente. Ya en plena nieve era clave obedecer a los guías. Meterse en la línea y tratar de poner el pie donde lo puso el de más adelante. Y en esta etapa las instrucciones son clave y el liderazgo de quienes llevan el grupo son relevantes. Todos ellos muy cuidadosos. Y si alguien se retrasa, como nos pasó, siempre hay un guía con quien queda un poco más atrás. Todos comunicados con radios portátiles que permitían conocer la ubicación exacta de cada uno de ellos.
Ya en la segunda detención en la Capilla, una construcción de concreto que asemeja un pequeño templo católico, la idea de llegar al cráter se iba haciendo más compleja. La nube que cubría la cima se veía mucho más cerca. Tanto que a los pocos minutos de reiniciar la marcha, la nube ya nos cubría a todos. El viento se hizo más potente y la temperatura bajó considerablemente. “Son condiciones de alta montaña”, dijo uno de los guías.
En la tercera detención el objetivo era usar toda la ropa térmica disponible en la mochila. Cortavientos, pantalón y polainas. Lo que venía se veía bastante duro. Y lo fue. El viento se hacía cada vez más fuerte. La sensación térmica estaba en no más de un grado y la nube —que lo cubrió todo— se transformó en una fina lluvia. ¿La visibilidad? No más de un metro.
Ya cerca del mediodía y 2.400 metros, en el lugar conocido como el tubo, se realizó la última parada. Faltaban sólo 400 metros para el cráter; pero las condiciones eran muy malas. El frío ya calaba los huesos y la llovizna era una ventisca que se diluía en fuertes rachas de viento que mezclaban agua y hielo. Sensación térmica, cero grados o menos. ¿Qué hacemos? Carrillo y Miranda lo comunicaron: la expedición llegaba hasta ahí. No tenía sentido arriesgar la integridad física de las personas. El cráter quedará para otra oportunidad.
Pero quedaba algo más. La bajada y ese raro artefacto de plástico cobró sentido. En la mochila había, además, unos protectores de traseros que puestos de la manera adecuada se ensamblaban al plástico que, en los hechos, tenía la forma de las sentaderas humanas. Por un lado cóncavos y por otro lisos. Una especie de silla de montar que se acomoda entre las piernas y con la que es posible deslizarse rápidamente por la nieve. Es algo extravagante, pero muy útil para ahorrarse tiempo en descenso. ¿El nombre? Taja, que en hebreo es “culo”. El concepto es una de las muchas herencias que el turismo israelí ha dejado en la zona. Hay más por cierto.
La bajada de la montaña coincidió con la pauta de prensa que las autoridades planificaron en la cafetería del Centro de Montaña. Ahí estaba el actual alcalde Carlos Barra, gente de los gremios del turismo y el ex delegado José Montalva, quien de seguro consiguió bastante apoyo para su probable campaña al parlamento. Esto, porque apareció muy jugado para “sacarle el candado al volcán” y, la verdad, fue clave para ese objetivo. Y si hablamos de “candado” también estaba Cristian Hernández, el “Pollo” también fue jugado con este tema; aunque no le alcanzó para llegar a la alcaldía. Pero bueno, esa es otra historia.
Al final, el andarivel de vuelta y el bosque de alerce milenario a los pies. De fondo, el lago y en la cabeza un pensamiento: “Ojalá la Alerta Verde se mantenga o exista la posibilidad de protocolizar subidas en Amarillo”. Y aunque lo último da para una crónica aún más larga; la industria está demasiado golpeada para seguir con las prohibiciones. Definitivamente fue un buen día. No llegué a la cima; pero es como la historia de mi vida. Quizás la cuente en otra crónica, pero ¿a quién le puede importar?