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Víctimas de sacerdote Damián Heredia rompen más de tres décadas de silencio: “Es llevar por años una vergüenza”
Por primera vez se atreven a hacer público el testimonio de abusos del religioso que estuvo en Pucón al principio de los ‘80. Cuentan cómo se gestaron los hechos y cómo han tenido que cargar los efectos durante toda una vida.
Por Rodrigo Vergara/ Fotografía WP
Pasaron más de 30 años. Pero los recuerdos están intactos. Aunque permanecieron sólo en la mente de las víctimas, quizás algo bloqueados, pero siempre vivos y recurrentes como una pesadilla que se aparece en los momentos más impensados. Nunca habían salido a la luz pública. Hasta hoy, cuando se atreven a contar la historia que dividió a Pucón en la primera mitad de los ‘80: las acusaciones de abusos sexuales cometidos por el sacerdote Damián Heredia Carrasco. Se trata de Juan Carlos Morales (50) y Eladio Pereda (52), quienes se animaron a romper el cerco de silencio y secreto que siempre rodeó a lo que pasó en el pueblo en esos años.
Juan Carlos Morales es un hombre de hablar pausado. Se ve tranquilo. A veces se ríe de sus recuerdos de infancia. Pero el rostro siempre cambia cuando vuelve a la historia que, según confiesa, marcó su vida. Cuenta que los recuerdos se agolparon cuando leyó el primer reportaje de La Voz… sobre estos hechos. Desde ahí se dispuso a buscar ayuda en la Red de Víctimas de Abusos Sexuales Eclesiásticos y, además, tratar de contactar al resto de las víctimas puconinas del sacerdote. Y en eso está, aunque algunos prefieren seguir en el anonimato. Por ahora, él, junto a Eladio, decidieron enfrentar la historia y contarla. Y es Juan Carlos Morales, quien parte el relato en el momento en que fue convencido para vivir en la casa parroquial, a un costado del principal templo católico puconino. Todo eso cuando él apenas asomaba por los 12 años de vida.
“Eran otras épocas. Otros tiempos. Aquí era una pobreza tremenda en Pucón. Yo fui a parar ahí por un tema económico. Yo era un menor de edad y trabajaba en el Hotel Pucón. Yo tenía 12 años. Y llegó un pasajero de España acá y a él le causó admiración que un niño de esa edad trabajara en aseo. Ese señor se llamaba Luis González y me deja una beca a mí, para que yo estudie y no me dedique tanto a trabajar, porque él tenía una especie de ONG. Cuando se va, me dice que tengo que ir todos los meses a la oficina de la parroquia para que me entreguen el dinero”, recuerda al inicio de su relato, el que sitúa en el año 1983.
Juan Carlos explica que el primer mes le cancelaron el dinero (algo de $1200 de la época con un sueldo mínimo que estaba cercano a los $4500). “Pero cuando voy a buscarlo al segundo mes me dicen ‘no, el padre dice que tienes que venir a vivir aquí o sino no hay más beca’. Entonces yo me fui a vivir ahí”, cuenta.
Pero además había una condición para que él se traslade a la casa del sacerdote. Debía pagar la estadía con trabajo. Así, al menos le dijeron los allegados al religioso Damián Heredia: “Me dicen que tengo que trabajar para la iglesia. Ayudar a picar leña, el invernadero. Lo que fuera”. Dice que esa es la razón por la que se trasladó ahí. Y que la plata del español nunca más la vio. Estuvo dos años en la casa.
La historia de Eladio Pereda (52) tiene puntos de encuentro con la de Juan Carlos. La primera es que las duras condiciones económicas de la época lo hicieron llegar a Pucón desde Licán Ray. La idea, según cuenta, era que él y sus padres querían que surgiera en base a su esfuerzo. Por lo mismo, la idea de venirse interno a Pucón no era una mala idea. “Estuve como tres años en el internado. Pero por una pelea que tuve me expulsaron de ese internado. Y como no tenía donde irme y yo tocaba en la guitarra en el coro, le comenté esto al padre Damián y el me dijo ‘ningún problema, te vienes a vivir conmigo’ a la casa parroquial. Fue más o menos en la misma época de Juan Carlos”, sostiene. En rigor, Eladio sostiene que se fue a vivir al internado católico que estaba en la Escuela Fátima a pocos metros de la casa del sacerdote y como no tenía cómo pagar lo hacía con trabajos de aseo en la parroquia y también en la vivienda que ocupaba Damián Heredia: “Ahí cuando nos castigaba, el cura nos dejaba sin comer”.
Los recuerdos de Eladio brotan más explosivos que los de Juan Carlos (ambos deciden no aparecer con sus rostros en esta publicación). Y pasan pocos minutos del relato cuando brotan las señales de los abusos. “Un día me dijo que no me estaba portando muy bien y me tenía que confesar. Me dijo que tenía que ir a su pieza a una hora determinada. Fue más o menos a las nueve de la noche. Estaban todos acostados y me llevó a la pieza. Me dijo ‘hoy día nos vamos a acostar juntos’. Entonces yo le digo ‘cómo padre vamos a hacer eso si yo tengo mi pieza’. Y me dice que me quede tranquilo, que no va a pasar nada. Empezó a desnudarse y hacer tocaciones. Entonces yo me arranqué de ahí. Yo tenía como 15 años. Él quería que tuviésemos relaciones. Él fue al baño y yo me arranqué”, cuenta Eladio.
Cuenta que luego de eso, vivió una semana terrible. Eladio dice que el sacerdote lo dejaba sin comer. “Me martirizó porque no quise estar con él y tuve que irme”, asegura.
Juan Carlos Morales relata la historia desde el punto de vista del grupo de seis jóvenes que vivieron en la misma casa parroquial durante seis años. Según Morales, la mayoría de ellos fue víctima de alguna forma u otra de abusos sexuales de parte del sacerdote. Estos iban de tocaciones, besos y proposiciones directas de sexo. Sobre el por qué no se fueron a las primeras insinuaciones, Morales cuenta que las razones eran muchas. Desde las necesidades materiales, hasta la vulnerabilidad de cada uno de ellos en diferentes áreas. Según los relatos de la época, Damián Heredia enfocaba en jóvenes adolescentes con alguna problemática sea económica, familiar, rebeldía juvenil, etc.
“Estaban como atrapados en las actividades de la iglesia, el coro, las actividades juveniles, el colegio, los amigos. Éramos un grupo que estaba junto siempre. Éramos como una familia. Éramos como hermanos, muy unidos. Yo creo que ese era el encantamiento que había ahí para los jóvenes”, cuenta Juan Carlos Morales y agrega: “El abuso, si uno lo piensa al día de hoy es muy difícil de explicar para que las personas comunes pudiesen entender. Es un poco hablar de uno, de tu integridad. Por ese mismo motivo es que habemos muchas personas que nunca hablamos hasta el día de hoy. Es muy difícil hablar con alguien y decirle una cosa así. Es una cosa personal, íntima que nos afectó para el resto de nuestros días. Yo soy nacido y criado en Pucón y voy a seguir viviendo aquí porque acá está lo mío. Hay mucha gente que nos apuntó con el dedo con cosas que nada que ver. Hasta el día de hoy hablan cosas que no corresponde hablar porque no lo vivieron. Eran otros tiempos. Hoy un niño de 13 ó 14 años sabe todo lo que tiene que saber, hace 20 ó 30 años atrás no era así”.
Eladio Pereda agrega que para él, su intención principal era ser sacerdote. Pero cuando vivió la realidad de los abusos,
obviamente esas ganas desaparecieron. “Yo quería ser cura. Mi mamá siempre quiso que yo fuera cura. Cuando después vi todo esto qué ganas me iban a quedar de ser cura. Viéndolo hacer misa con la parroquia llena. Yo pensaba que con qué cara iba a hacer misa, era como un lobo vestido de cordero”, recuerda Eladio.
La judicialización del tema
Pero hubo un intento de judicializar el tema y lograr algo de justicia. No fructificó y al parecer chocó con lo que chocaron la mayoría de los intentos en el país en aquellos años: la indiferencia del poder judicial, la protección de la iglesia y un Pucón que tampoco ayudó mucho en el apoyo a sus niños.
“Era una comunidad chica, buena para apuntar con el dedo. Ante la gran mayoría de la gente, nosotros le robamos al cura. No fue así. Nos acusaron de robo para blanquearse. El mismo vicario nos mandaba a llamar a las casas con los mismos compañeros del coro. Que fuéramos. Que nos estaba esperando en el monasterio para hablar con nosotros. Para qué, para que a la pasada le salieran a uno de nosotros y le pegaran. Eso fue hecho por los mismos curas. No es una cosa de mal agradecidos como dijeron”, recuerda Juan Carlos Morales.
Morales agrega que los profesores de esa época del Liceo Pablo Sexto fueron relevantes en el apoyo. “Empezaron a ver que los niños bajaban mucho sus notas. Andaban algunos con depresión. Empezaron a investigar y empezaron a llamarlos uno por uno. Había un profesor de filosofía de apellido (Ziley) Mora que estaba en la universidad en Temuco y el empezó a ver eso. Ellos directamente fueron y pusieron una denuncia”, agrega Morales.
En la justicia el tema no superó las etapas primarias de las investigaciones. Y el sacerdote gozó del beneficio de un recurso de protección, según cuentan archivos de prensa de la época. Ambos sostienen que el tema fue desestimado porque, por un lado se argumentó que los profesores del Pablo Sexto habrían querido usar el testimonio de las víctimas para sacarse al cura que, en rigor, era el rector y encargado del establecimiento. Por el otro lado, los argumentos del sacerdote y de la iglesia era que los niños acusadores eran unos mal agradecidos y se aprovecharon para robarle al religioso.
“Esto los curas lo taparon de siempre. Según la Red de Sobrevivientes de Abusos Eclesiásticos, esta es una de las demandas más antiguas de Chile. La de Pucón. Lo único es que esto ha sido callado siempre. Y esto no salió a la luz por nosotros los denunciantes, porque es algo que no es fácil”, explica Morales, quien agrega: “Más de la mitad del pueblo en esa época estaba con el cura. Y eso hasta el día de hoy se ve aquí”.
Pereda también recuerda lo que vivió en esa época luego de la denuncia: “Nos miraban como bichos raros a nosotros. Que nosotros éramos los equivocados”.
Cuentan que debieron enfrentar a la justicia solos. Sin el apoyo de los padres y sólo algunos profesores los acompañaron en principio. Después, eran unos niños enfrentando al gigante de la iglesia católica. Incluso hasta tuvieron careos con el sacerdote. Obviamente el religioso negó todo y mantuvo las acusaciones de robos en contra de los chicos.
Morales complementa la idea y la extrapola a la actualidad: “Es muy difícil que otras víctimas hablen. Una por la exposición. la otra es porque hay familias detrás. Hay padres e hijos. Yo con mis padres lo conversé al otro día después de 30 años. Lo único que me dijeron es ‘usted es grande y debe blanquearse por usted’. A mi no me gustaría que a un hijo mío o un sobrino o a cualquier chico de acá le pasara lo mismo. Que por ser necesitado sea abusado”.
La idea, según Morales, es que se pueda investigar el caso y que se establezca lo que realmente sucedió. Asegura que en estos casos hay una falla tremenda del Estado de Chile por descuidar a los niños: “Nosotros somos ciudadanos chilenos. No se puede pactar justicia entre dos o tres personas y decir ‘nos llevamos a este tipo de acá porque es más conveniente’. Y eso fue lo que pasó acá (cuando se fue el padre Damián a Ovalle). Por qué la justicia no actuó o no actúa como corresponde. Esto es un crimen”.
El hombre agrega: “El problema es que el daño que quedó tras esto con qué lo van a pagar. Su adolescencia, madurez… con qué se lo van a pagar. Eso no tiene precio. En ningún minuto después que se conoció el caso han llamado. Están calladitos porque saben que esto es verdad”.
Ambos dicen haber pagados costos muy altos en sus vidas personales. Ninguno ha podido consolidar una familia. Ambos han vivido matrimonios fracasados y tienen hijos con los que no han podido transparentar esta situación. En la mesa donde se realiza el encuentro de estas víctimas con La Voz…, las lágrimas aparecen a menudo.
“Yo he tenido tres familias y ahora estoy solo. No he podido conciliar una familia. Como que uno no quiere a la familia. Yo nunca a nadie le quise contar esto. Y creo que a raíz de esto nunca he podido tener una familia. Creo que ahora voy a tener que contarles esto y creo que van a entender. Me ha traído muchos efectos fuertes”, confiesa Eladio. Juan Carlos Morales, en tanto, relata: “La gran mayoría de estas cosas tienen el mismo patrón de comportamiento. Los mismos problemas para constituir familia, Problemas de personalidad. Depresiones. El otro día escuchaba el testimonio de Juan Carlos Cruz (caso Karadima) y todos los que hemos vivido algo así solidarizamos con él porque es lo mismo. Es llevar por años una vergüenza”. Las lágrimas no dejan seguir el relato.