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La revancha de Elías Tuma (Palomero)

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En agosto pasado perdió un juicio y sufrió el desalojo del kiosko que ocupaba en la bajada al lago por calle Ansorena. Luego de eso logró conseguir una nueva concesión, pero esta vez en la misma playa y ahí da un servicio que incluye un salvavidas y una moto de agua con camilla para rescates acuáticos. Una historia que se niega a morir.

Quienes son de Pucón y recorrieron las polvorientas calles, previo al boom turístico e inmobiliario; pueden reconocer en una palabra, ya se un apodo, un concepto o simplemente un mote a toda a una familia. Este es el caso de los “Palomero”. Y “Palomero” no es un apellido, sino que el apodo por la actividad que desarrollaron durante gran parte de la historia reciente. Y ese es el caso de los Tuma. Los “Palomero”, porque los primeros en llegar a Pucón en la década de los 70, Elías Tuma y su esposa Rosa Ruiz; se dedicaron a ese negocio: vender palomitas de maíz o como le dicen los santiaguinos, cabritas.

Pero a finales de agosto, la historia de uno de los herederos del clan, del mismo nombre que el padre, Elías, parecía que daba tenían punto final en lo que respecta a su actividad económica principal. La municipalidad ganaba un recurso en la Corte Suprema que le permitió demoler el kiosko que ocupaban en la bajada a la playa por calle Ansorena. Un comodato precario estaba caduco y a Tuma se le acabaron los argumentos jurídicos para seguir en el lugar. Y si bien, hay aristas del tema que aún se ven en tribunales, la suerte del local comercial, que en los hechos estaba en un espacio público, estaba echada: la historia del “kiosko la abuelita” parecía tener final. Y un mal final. Pero para Tuma la última palabra no estaba dicha aún.

“Palomero Chico” como le dicen por ser el menor de los hermanos, se dio maña para no dejar morir el “Kiosko de la abuelita”. Y volvió recargado, aunque esta vez con un local más acotado en la misma playa, lo que le permitió haber negociado un permiso con La Marina y no con la municipalidad, donde sólo recurrió a que le dieran patentes. Pero más allá de eso, le propuso a la unidad de la Fuerzas Armadas que controla la playa y el acceso comercial al lago, un proyecto que incluía, además del salvavidas, una moto de agua con una camilla que posibilitara rescates rápidos en el agua. Todo sin costo para los usuarios. Y el primer día operaciones de su sistema, el pasado jueves, ya tuvo que usarlo para sacar a unos niños que se adentraron en el Villarrica sobre un bote inflable que fue arrastrado por el fuerte viento puelche.

“Vimos un bote inflable chico que llevaba dos niños. Posteriormente se fue un kayak con una niña sin chaleco salvavidas y luego una tabla con dos niños más sin chalecos. En total cinco. Y el viento los echó hacia adentro. Más adentro que los límites de las boyas que son 200 metros. Y tuvimos que utilizar nuestro sistema. Ir con la moto, ir con la camilla y utilizar el lazo de rescate que tenemos y remolcarlos hasta la orilla. Felizmente ningún niño salió herido, pero si no hubiese estado la moto, otro cuento hubiese pasado”, cuenta.

La imagen muestra al salvavidas y la moto operando el día que rescataron a un grupo de niños.

Dice que si bien hay cosas de su problema con la municipalidad que están aún definiéndose en la justicia, ya dio vuelta la página y mira esta temporada de verano que está a las puertas: “El desalojo fue más que traumático. Nosotros llevábamos años acá y las cosas se pudieron hacer de otra forma”.

Cuando se le consulta si estaba conciente que en el fondo, la administración pública tenía un derecho legal sobre el espacio del que lo desalojaron (refrendado por la justicia), responde: “Yo tengo todo claro, pero de otra forma hubiese sido mejor. No era la forma. Y ese el hecho. Es un tema que yo ya lo tengo zanjado. Lo que quiero ahora es que me dejen trabajar tranquilo, que no me manden siete partes empadronados a la casa. QUiero aportar, esa es mi idea”.

Tuma cuenta que llegaron  trabajar a la playa de Pucón cuando él tenía tres años (ahora ya cumplió 45) y vendían palomitas en una caja de cartón. “Yo trabajando en la playa tengo más de 30 años. Cuando chico arrendábamos quitasoles. Traíamos 10 quitasoles y en esos años cobrábamos $200 y era harta plata”, recuerda.

La concesión que le otorgó la Capitanía de Puerto incluye una serie de exigencias que le permiten usar y hacerse cargo de un espacio de playa delimitado a un costado de la bajada por Ansorena. Aparte de delimitar el espacio en el agua con las tradicionales boyas amarillas, Tuma implemetó un sistema de salvataje de urgencia que incluye, además de los ya nombrado (salvavidas, moto de agua y camilla de rescate) un paramédico, pasarelas con acceso universal, implementación de juegos y otros varios elementos para hacer de ese sector de la playa algo más entretenido.

“Nosotros acá prestamos un servicio. Le pasamos reposera a la gente con discapacidad. A la tercera edad. Fue un proyecto que costó”, dice, mientras atiende a unos clientes al comienzo del pasado y caluroso viernes de inicio de temporada. Y claro, Elías Tuma tiene un pequeño negocio que atender. Y los clientes son lo más importante en una historia puconina que se niega a morir. Una historia con luces y sombras. Como la de todos.

La imagen muestra a Elías, junto a su padre en la Playa Grande de la década de los ’80.

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