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El infierno de abusos, violaciones y vejámenes que vivieron pequeñas niñas en un colegio católico de Huife Bajo

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Duros relatos y testimonios en contra de un profesor por casos ocurridos en la década de los 80, pero que quedaron olvidados y sin justicia. Acusado, quien luego fue condenado por hechos similares, se defiende.

Por Rodrigo Vergara/ Colaboración fotográfica W.P.

Más que un infierno. Una condena permanente y un grito silencioso que se ahogó con cada intento de revelar la verdad: los abusos cometidos en su contra y que algunas de ellas guardaron en espera de que algún día se haga justicia. Pero la justicia nunca llegó. Simplemente fue un tema que se conocía por rumores y algunas voces que osaron levantarse de vez en cuando, pero que no tuvieron eco. Simplemente los abusos, violaciones y vejámenes que confiesan haber sufrido se quedaron en las montañas de Huife Bajo. Se diluyeron en el tiempo, pero no en la memoria de las pequeñas que ahora son mujeres adultas. Los llantos de niñas se ahogaron en los pasillos de la escuela Padre Sebastián Engler de esa localidad de Pucón, pero afloraron nuevamente cuando algunas de ellas se atrevieron a contar su historia y dar la cara. Y la idea es simple: “nunca más”.
Marta Quiñones tiene actualmente 42 años. Ahora vive en Villarrica y es comerciante de artesanía. Dice que vino a este mundo a “puro sufrir”. Mariluz Salazar tiene 40 años y nunca se fue del lugar. Ahora trabaja como masajista profesional en una de las tantas termas que hay en la zona. Y vivió con una historia trágica que muy pocos conocían. Ambas, luego de comunicarse entre ellas y sopesar los efectos que podría traer revelar lo que sucedió, decidieron hablar con La Voz… y lo hicieron en el lugar mismo donde señalan que los hechos ocurrieron. La única condición era que no aparecieran sus rostros. Sí sus nombre. Así las cosas, un equipo de este medio las acompañó hasta lo que era la escuela (ya no funciona como tal) y ellas con valentía comenzaron a vaciar sus recuerdos. La mayoría de ellos negativos y que tienen un personaje en común. El profesor Rodolfo Álamos Vergara, quien, de acuerdo a su testimonio, fue el autor de los vejámenes, abusos y violaciones de las que se confiesan víctimas.
“Yo llegué a este colegio internada el año 1983 a primero básico. Cuando llegué estaban los profesores Carlos Cáceres y Antonio Ibacache. Ese mismo año cuando llegué se fue don Carlos y quedó don Antonio (N. de la R.: El profesor Ibacache señala que fue él quien se fue y quedó Carlos Cáceres). Ahí trajeron a Rodolfo Álamos Vergara y quedó él de director, profesor y, se puede decir, monitor del culto católico”, Cuenta Marta Quiñonez. Y en efecto el colegio era responsabilidad, según señalaron en el obispado de Villarrica, del Magisterio de La Araucanía, organismo ligado a la Iglesia Católica.
“Pasaron los años —continúa Marta— cuando yo estaba en cuarto básico empezaron los toqueteos y los acosos de este señor (se refiere a Álamos). Siempre nos vivió castigando para que nosotros no hablásemos nada. Yo tenía como ocho o nueve años. Era muy chica”.
Marta Quiñonez continúa con su historia mientras camina junto a Mariluz Salazar por los patios de la escuela: “El primero año que partió con esto fue solo eso: toqueteos y manoseos; pero ya en quinto básico fue violación y en sexto básico igual fue violación y reiteradas. Acá (muestra una construcción) está la casa donde ocurrieron las violaciones. La iglesia, lamentablemente la tuvieron que desarmar. Y el otro lugar era la turbina donde se daba la luz. Eso lo hacía cuando mandaba a su señora al pueblo y en la misma cama de ellos concretaba los abusos”.
El relato lo continúa Mariluz: “De repente él nos tomaba en brazos (como jugando) y con su dedo del medio nos tocaba. Yo era muy chica. Tenía como seis años cuando eso pasaba”. Ella cuenta que no alcanzó a ser violada por Álamos, aunque sí debió vivir los abusos y humillaciones del profesor: “Uno se sentía incómoda porque los papás de uno nunca le habían hecho eso. Y que él nos hiciera eso (tocarnos) era muy incómodo. Pero siempre nos quedamos callada por miedo”.
Mientras Mariluz termina con su idea, Marta profundiza en el tema de la relación con los padres. “Lo que pasa es nunca nos dieron precaución desde niñas sobre si algo así pasaba. Yo no sabía nada”, dice Marta y Mariluz continúa con la idea: “Es que los papás nunca se imaginaron que de tan chicas nos podía pasar. Ellos confiaban de que como era un colegio católico, la persona que estaba a cargo de los niños iba a ser una buena persona. Pero resulta que desde los seis años (de edad) él comenzaba con sus toqueteos”.

Violencia
Pero el problema no estaba sólo en los abusos y violaciones. Según el relato de las dos mujeres, la violencia era parte del cocktail que debían beber a diario. “La puerta de esa casa (indica una construcción) esa era su oficina. Y ahí me llevaba y me empezaba a tocar y me decía que me bajara la ropa porque yo me ponía las manos y no me dejaba. Ahí comenzaba a exigir que me bajara los pantalones y yo me bajaba un poco y me ponía a llorar. Y como él no lograba empatía conmigo entonces me terminaba pegando y me arrollaba debajo de su mesa. Me daba unos palmetazos y al final me sacaba. Y de ahí uno tenía que salir sin llorar, porque si nos veían otros niños llorando, entonces él nos volvía a pegar. Tenía que limpiarme bien mis lágrimas y salir como si no hubiese pasado nada”, recuerda Mariluz.
Mariluz Salazar se fija en el templo actual que está en el recinto. En el mismo lugar estaba el viejo. Y la construcción antigua, relatan ambas, poseía un campanario que era usado como despensa. Y ese lugar también, de acuerdo al relato de las dos, era usado para concretar los abusos.
“Ahí me mandaba él y ahí me seguía. Y empezaba con la misma cuestión otra vez. Que me bajara la ropa. Me la quería bajar él y yo no me dejaba. Y como yo no me dejaba entonces me terminaba pegando. Me pegaba mucho. Y yo, de repente me arrancaba y mandaba a mi hermana más chica. Y ahí yo la embarraba, porque la mandaba a que fuera por mí. Inventaba que iba al baño”, cuenta Mariluz, quien admite que aún se siente culpable por haber expuesto a su hermana menor Vilma, quien también accedió a contar su testimonio en este medio (haga click acá para ver el testimonio de Vilma Salazar).
Al consultarles el cómo trataron de manejar la descarnada situación que estaban viviendo, Marta confiesa que nunca pudo revelar su verdad hasta el día que lo cuenta íntegramente a este medio.
“Yo nunca había podido decírselo a nadie hasta el día de hoy. A nadie. He vivido con una carga durante toda mi vida”, admite y

sobre el por qué decide contar ahora después de 30 años, Marta dice: “Ella (se refiere a Vilma Salazar que escribió un texto en una de las publicaciones de La Voz de Pucón) habló y me dije que por qué esta niña iba a estar sola si yo pasé por lo mismo. Y ya es hora. Para mí era la hora. Nunca se lo dije a nadie”. Mientras Marta habla unas lágrimas caen por su mejilla. Se quiebra y Mariluz, aunque igual está con un llanto contenido, sale a salvar el momento: “Yo sabía que tenían que haber más niñas. Que no podía ser yo la única en esos años. después cuando lo demandaron, porque mis papás no lo demandaron en esa época (fue otra niña), porque cuando yo hablé nadie más dijo nada”.
Mariluz señala que cuando ella se atrevió a contarle a su mamá, la progenitora fue con ella hasta el colegio, pero que Rodolfo álamos negó todos los hechos. Pero la duda quedó y la madre decidió retirar a la pequeña: “Quizás por eso yo no fui violada”.

La demanda
Sobre la demanda de la que habla Mariluz Salazar en su relato, se trata de la única acción judicial realizada el año 1994. Y aunque a todas luces no prosperaría, sí habría tenido algunos efectos prácticos como la salida de Álamos del colegio en Huife. ¿Pero quién se atrevió a llevar el caso a la justicia? Se trata de María Luisa Vallejos (43). Ella dice que prefiere no recordar los hechos que vivió en su niñez. “Están bloqueados”, asegura. Pero sí accede a situarse en el año 1994 cuando, con 19 años, se atreve a ir a la justicia y llegó hasta el Juzgado del Crimen de Pucón para contar su historia. “La denuncia no prosperó por falta de prueba”, explica escuetamente María Luisa, quien cuenta que, en su tiempo, también habló con el sacerdote que estaba a cargo de la parroquia de Pucón: “Fue lo primero que hice. Hablar con el padre Hugo (Cuevas). Me dijo era mentira porque no pasaba eso ahí”.
María Luisa Vallejos asegura que la demanda en el sistema antiguo de justicia terminó en nada. La mujer cuenta que hizo la denuncia varios años después de que ella sufrió los ataques. Que actuó sola y que sólo la motivó el hecho de que había muchas menores expuestas al profesor. Y que pese a que no consiguió nada en lo judicial, sí Álamos fue sacado de la escuela de Huife. Todas las mujeres consultadas por este medio para el reportaje señalan que las víctimas podrían llegar fácilmente a unas 15 personas.
Mariluz Salazar también recuerda la demanda. Dice que ella fue una de las pocas que quiso apoyar con su declaración y que tiene la imagen de ver a Álamos esposado en las dependencias del juzgado. “Fuimos al juzgado a declarar en Pucón. Lo vi y lo soltaron ese mismo día por falta de pruebas”, explica.

Historia repetida
Pero si bien, en los hechos, Álamos fue sacado de la escuela en Huife. a los años apareció trabajando en un establecimiento de similares características en el sector Afunalhue de Villarrica. Y la historia, lamentablemente, se escribió de una manera similar a la relatada por las mujeres de Huife. Se trata de la escuela Virgen de la Candelaria, en donde dos pequeñas lo acusaron, nuevamente, de abusos sexuales. Así, los paralelos entre ambos casos son similares: escuela rural, católica y las víctimas: niñas pequeñas.
Pero por ese caso la justicia actuó. Rodolfo Álamos Vergara fue condenado por abuso sexual en contra de dos menores de 11 años de edad ocurridos durante el segundo semestre de 2009 (casi 20 años después de Huife). La sentencia, conocida en febrero de 2011, estableció que Álamos sea condenado a cinco años y un día de presidio menor en su grado máximo. La condena la cumple en libertad. Esto por una serie de beneficios a los que apeló la defensa del hombre y a los que el tribunal accedió. Todo eso sí, en el contexto de lo permitido por el código penal.
Y es en este punto donde se vuelve relevante la denuncia realizada por María Luisa Vallejos y entender, con antecedentes más claros, cómo terminó. Esto, porque en la sentencia del año 2011 por el caso de Afunalhue, a la que tuvo acceso este medio, se puede leer claramente en el punto uno del apartado cuarto que carece de anotaciones penales anteriores. Es decir, el sistema, hasta antes de 2011, no registraba condenas por cualquier tipo de delitos. O sea, la denuncia de 1994 efectivamente no habría tenido mayor efecto.

“Quieren hacerme pedazos”
La Voz…. logró ubicar al ex profesor Rodolfo Álamos Vergara. El hombre vive en una villa de clase

media en Villarrica. Al interior de su patio hay un vehículo gris particular estacionado y fuera hay uno pintado como de alquiler. Es el mismo Álamos quien recibe al equipo de este medio y se sorprende cuando es confrontado con las denuncias. Guarda silencio unos segundos y lanza con una voz rasposa y profunda.
“Si por eso fui absuelto yo. En Pucón. Por supuesto…”, dice en entrecortado. Al confrontarlo y señalarle que la persona que hizo la denuncia en Pucón asegura que el caso quedó en nada (de hecho, no hay anotaciones penales como se explica más arriba), Álamos retrocede en sus dichos y asegura que fue condenado: “Si hasta me condenaron en Pucón. En Pucón fue lo mismo y fue ratificado por todos. Me condenaron a un año…”.
Aparte de contradecirse evidentemente, Álamos va más allá y dice que todo fue un show. “Hicieron tremendo show, tremendo escándalo de la nada. (lo de Pucón) fue mentira. Ya he pagado y requete pagado. Perdí mi trabajo y perdí todo”, cuenta molesto y dice que por lo de Huife, en Afunalhue “lo hicieron pedazos” cuando se supo de los abusos en 2009.
Explica que por la denuncia de 1994 perdió el trabajo en Huife, pero que después de dos años postuló a Afunalhue y quedó trabajando.
Ante el cuestionamiento sobre si no le parece raro que, tal como él dice, fue sancionado penalmente el 94 (cosa que no consta en el nuevo sistema penal) y recontratado dos años después en un colegio de similares características que el primero, simplemente señala: “Quieren hacerme más pedazos de la nada”. Pero los hechos son los hechos, y el hecho es que hoy Rodolfo Álamos goza de libertad y camina libre por las calles de Villarrica.

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