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Recuerdos de circo

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* Por Rodrigo Navarro (Palomo)/ Fotografía aérea Pucondrone

Aún rondan en mí variados recuerdos de los circos y de las sensaciones que despertaban en mi espíritu infantil la llegada de este espectáculo itinerante a Pucón.

La rapidez con que se hacía presente entre nosotros, junto a la rutina habitual de los trabajadores que luego de haber instalado el palo mayor de la gran carpa ubicada en algún sitio, plaza o cancha, la hacía visible desde distintos puntos formando parte del paisaje de nuestro pueblo.

Han pasados los años y recuerdo cuando las camionetas circenses, con el rostro de un payaso dibujado en la puerta recorrían las calles informando los horario de las  funciones a través del perifoneo, mientras nosotros (todos “cauros” chicos ) llenos de adrenalina corríamos tras de los vehículos con el fin de recoger los panfletos publicitarios que eran lanzados desde su interior.  Mientras, el copiloto que era el locutor, a través del parlante, invitaba a ver al gran Tony Caluga, los Hermanos Farfán, los malabarista, el mago y los distintos artistas que actuarían en la esperada función. Luego culminaba promocionando a la ¡¡¡buuuurriiiita Cleopatraaa!!!, la que también era un número atractivo del show y de fondo se escuchaba la típica música que decía: “Pasen a veeeeerrr el circo. Hoy como ayer, el circo”.

Mi memoria no se resigna a olvidar a mi padre, cuando con voz amigable y con una sonrisa en su rostro decía: “El fin de semana, vamos a ir al circo ‘weñe’”. Comprenderán que para mí era toda una alegría escuchar esa anhelada invitación que me mantenía expectante hasta cuando llegaba el día en el cual ingresábamos a la carpa. Yo, tomado de la fuerte mano de mi superhéroe (mi padre), quien sutilmente me sobreprotegía y sujetaba para no perderme entre el público asistente. Eso, hasta que nos ubicábamos y nos sentábamos en las tablas de la galería para presenciar el gran espectáculo.

Debo acotar que en aquellos años las carpas eran de género y los animales eran la principal atracción. Abundaban los leones, los tigres, elefantes, caballos  y obviamente un domador que al sonido del “chack” de un látigo daba órdenes y domesticaba las fieras.

Punto aparte eran las situaciones absurdas que instalaban los payasos  en la pista, generando las carcajadas de los presentes y que se podían escuchar en varias cuadras a la redonda. Para luego de eso, dar paso a lo emotivo tras la declamación de uno de los tonys que recitaba con sentimiento sublime el poema del payaso que decía: “Es el payaso Chileno, a quien Dios destinó a sufrir, pues tiene que hacer reír aunque tenga el alma herida …”. Y así continuaba hasta sacar el aplauso y más de alguna lágrima del honorable.

El intermedio circense era para estirar las piernas, comprar palomitas, o la típica foto que se lleva de recuerdo junto a la mítica poesía del payaso que se vendía escrita en una hoja con la forma de un billete. Y por otra parte, mientras eso sucedía y con rapidez sorprendente, el personal realizaba una completa metamorfosis del escenario para dar vida al gran acto final. Esto se traducía en la presentación de los trapecistas que volaban por los aires, generando la expectación de los asistentes ante una posible situación fatal. Mientras tanto, el locutor acompañado con música de suspenso y fanfarria decía:  “Se ruega al público guardar silencio, pues cualquier movimiento en falso podría causar la muerte del artista”. Y luego gritaba: “¡¡¡Sueeeerrrrte hermanitosss”. Y concluía con un: “¡Hopsss! Y en un salto al vacío y con ojos vendados, los artistas realizaban exitosamente la prueba llamada “el paso de la muerte”, que era aclamado con una ovación de aplausos.

Hoy, al pasar los años, me paré frente a la rotonda oriente de Pucón y pude contemplar la colorida carpa impermeable el Circo Americano que actualmente visita nuestra ciudad y durante un momento medité que a pesar de los cambios sociológicos que trae la modernidad, y aún cuando mi padre ya no existe, trato de continuar la tradición junto a mis hijos de visitar de vez en cuando este espectáculo itinerante que me continúa divirtiendo, al igual que cuando era niño, porque la magia del espectáculo circense es una fuente inagotable de sensaciones que subliminalmente nos transportan a nuestra infancia.

 

* Rodrigo Navarro es comunicador local y colaborador de La Voz de Pucón.

 

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