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Un desconocido héroe de la pandemia en Pucón: doctor venezolano de la Oficina Covid lleva tres años separado de su familia
Llegó a Chile en busca de recursos que le permitan pagar la cesárea de su esposa y se transformó en el encargado de la unidad que atiende y le da seguimiento a los pacientes del virus en la comuna. Pero la burocracia y la corrupción en su país no le permiten obtener la documentación para traer a sus hijas y a su compañera. Subió de peso, tiene depresión, pero le da cara a la enfermedad que golpea al mundo y su labor ha sido clave para que no se pierdan vidas. Esta es su historia.
El hombre se quiebra. Se lleva una de sus manos a los ojos. La mascarilla algo le molesta. Pero la voz se entrecorta y ahoga no por el roce del elemento de protección, sino que por el recuerdo de su mujer que no ve hace más de tres años cuando tuvo que salir de Venezuela para reunir dinero y pagar el parto de su compañera. También, por no poder ver a la hija que llegó y que está sana, pero sin disfrutar de un padre físicamente presente. Rafael Trompiz (44), el doctor a cargo de la Oficina Covid en Pucón definitivamente es uno de los héroes de la pandemia. Un inmigrante que escapó del sueño bolivariano de Chávez y Maduro y que entrega a diario 12 ó 14 horas de su vida para ocuparse de los puconinos que enferman del virus Sars-Cov-2, causante de la pandemia que tiene al mundo en vilo desde hace más de un año. Trompiz es un héroe de la pandemia. Uno que está sin su familia. Uno que llora.
Rafael Trompiz accede a dar la entrevista para La Voz… y lo que se planteó inicialmente como una fuente de información para tomar el pulso a la evolución de la enfermedad en la comuna, se transformó rápidamente en la historia de vida de uno de los miles inmigrantes venezolanos que llegaron a Chile en busca de una mejora en sus condiciones. La mayoría azotados por el régimen político que quebró económica y socialmente a esa nación. El doctor cuenta que se casó al salir de la universidad con su novia Hainy Moreno y que tuvo su primera hija el 2006, pero que la decisión de salir la tomó con el segundo embarazo en 2018. “Yo estaba trabajando como adjunto en la unidad de hemodiálisis de un hospital que se llama Hospital Universitario Alfredo Bandriquen, que es un hospital de formación de posgrado y de doctorado”, cuenta el profesional nacido en el estado de Falcón en Venezuela. Lo complejo era que el sueldo era ínfimo y le impedía —pese a su profesión— pagar el parto por cesárea de la hija que venía: “El problema principal de Venezuela fue el económico y eso generó un proceso social. Yo era médico, pero a mi no me alcanzaba para hacerle la cesárea a mi esposa y yo trabajaba en el mismo hospital, pero el hospital no tenía insumos. Entonces había que hacerle una cesárea, pero había que hacérsela privada y era en dólares. Un doctor allá gana tres dólares por mes (un poco menos que $2.500) y una cesárea sale US$1500 ($1.066.500) o US$2.000 ($1.422.000). No alcanzaba”.
Trompiz explica que esa es la principal razón de la inmigración. Simplemente la gente no tiene cómo vivir y se arriesga a todo con tal de salir de Venezuela. Y él lo vivió de esa forma. “Tuve que emigrar para buscar el dinero y una vez ya teniendo el dinero y en conjunto con mi hermana que está a Aruba pudimos pagarle la cesárea a mi esposa”, recuerda y apunta que el objetivo secundario —luego del parto— era traerse a su familia a Chile. Pero eso ha sido más complejo. El doctor cuenta que para él venirse debió vender su auto y otras pertenencias para comprar pasajes y poder mantenerse en el país por un tiempo. Ya en Santiago y gracias a la invitación de un amigo y colega que ya estaba en Pucón (Carlos Cotis) y trabajaba en el departamento de Salud local, decidió probar en la comuna. Pero como no tenía papeles para poder optar a un trabajo formal en su profesión, debió generar recursos haciendo clases de pintura y de ukelele. Es decir, tuvo que llevar sus hobbies a otro nivel, lo que le permitió comer y mantenerse por un tiempo.
“Estuve como dos meses en Santiago y luego me vine a Pucón porque era donde estaba mi amigo, quien era médico acá. Cuando ya estaba acá tuve que hacer clases de pintura y ukelele. Nada que ver con la medicina porque ni siquiera la cédula (de identidad) tenía. El rut recién me sale en diciembre de 2018 (ocho meses después de llegar a la zona). Soy pintor autodidacta y también estudié cuatro años música y por eso acá di clases de ukelele en algunas escuelas de Pucón”, recuerda.
Las cosas comenzaron a mejorar cuando se destrabó su situación legal y pudo acceder a la documentación nacional (primero la cédula y luego la visa de trabajo). Cuenta que está agradecido de la ex directora de Salud, Vivianne Galle, a quien considera clave para poder establecerse y ejercer su profesión: “La señorita Vivianne me ayudó mucho porque siempre estuvo pendiente de mi situación…(Trompiz se quiebra y la conversación tiene que parar varios minutos)”.
El doctor relata que comenzó a trabajar en julio de 2018 la salud municipalizada y que las cosas comenzaron a irle mejor. Pero había un problema. Tenía que traer a su esposa y pese a ya tener los recursos para pagar los pasajes, la burocracia venezolana primero y luego la pandemia, le han impedido materializar el ansiado reencuentro. Ante la consulta de qué pasó con su familia, Rafael Trompiz nuevamente se traba por la emoción y la entrevista debe parar. Tres años separado de su gente le han golpeado y más tarde reconocería una depresión que lo llevó a subir más de 60 kilos de peso.
“La administración pública en Venezuela no es como la de acá. Acá uno va a sacar un pasaporte y llegas a donde están los pasaportes. Allá vas a sacar un pasaporte y no hay luz; vas a sacar un pasaporte y no hay papel; vas a sacar un pasaporte y hay 500 personas en la fila y dejan entrar a diez o la gente que trabaja en la oficina de pasaportes ese mes no va a trabajar porque no hay transporte para dirigirse al lugar de trabajo. Entonces en Venezuela no se puede hacer nada y al final terminas haciéndolo por un intermediario (mercado negro) que probablemente sea del gobierno y por ahí tiene una ‘mano negra’, pero te pide US$2000 para hacerlo”, dice.
Pero más allá de pagos a funcionarios de una burocracia corrupta; lo de Trompiz era peor. Debía hacer la tramitación para tres personas (su esposa y sus dos hijas) y, lamentablemente, los tiempos no le han cuadrado para materializar en largos y costosos trámites de los tres documentos necesarios para obtener una visa. Eso y algunas estafas de los intermediarios corruptos: “El socialismo bolivariano ha impulsado esas carreras corruptas por los mismos problemas económicos. Cuando nace la niña, ella no tiene pasaporte y ahí comienzan las estafas. Hasta dos millones de pesos (US$1500) me cobraron y nunca vi el pasaporte. Tuvimos que caer en eso como la mayoría de los venezolanos”.
Pero en algún momento (y varios pagos después) el pasaporte de la bebé salió y ya podían viajar; pero llegó la pandemia y el actual cierre de fronteras y los planes otra vez se truncaron. El problema es que el pasaporte de la esposa está a punto de vencer (duran cinco años) y de pasar eso, nuevamente tendrían que entrar en la compleja y corrupta burocracia para poder obtener un documento que permita el traslado. Es decir, Trompiz corre contra el tiempo. “No hay posibilidades, ya que queda el juego como trancado. Todo es tan lento que cuando ya sacas un documento, te falta otro. Si ella no se viene a Chile el próximo mes se complica, ya que en 45 días comienza el período de vencimiento y ahora las fronteras están cerradas por la pandemia. Si ella no se viene tengo que sacar un pasaporte nuevo para ella y puede demorar tres años y cuando le salga el de ella, las niñas tendrán el de ellas vencido”, explica y agrega que tampoco el optará por hacer el peligroso camino de la inmigración ilegal por tierra: “Yo quiero que todo se haga legal. No puedo traer a mis niñas por los caminos de Colombia. Es imposible porque allá hay gente de la guerrilla que agarra a un niño de dos años, lo desaparecen y no lo ves más. Es un riesgo muy alto. Es imposible. Aparte Chile es un país que todo se hace legal y tampoco puedo pagarle a Chile trayendo a mi gente ilegal porque no es la forma”. Además señala que el consulado de Chile en Venezuela está cerrado, lo que dificulta aún más el momento.
La situación es compleja. Trompiz solo conoce a su hija menor por videollamada. Vive momentos emocionales fuertes, sobre todo en su lucha diaria contra el Covid, otro frente que tiene abierto y del que, por cierto, no es inmune a los golpes que ha dado en virus en la comuna ya va bordeando los dos mil infectados y se ha cobrado once vidas. “Llegué acá pesando como 80 kilos y me entró una depresión y ahorita estoy pesando como 140 kilos. A veces no sé qué es lo que pasa. El estado mental de depresión no es fácil y a veces me da por comer. Yo pensaba que ni teniendo el dinero podía traerlas. No iba ni para adelante ni para atrás. No hemos podido tener la posibilidad de ir a un consulado en forma tranquila para saber qué es lo que pasa. ¿Por qué no puedo traer a mi esposa?”, se cuestiona el profesional. Por ahora se sostiene en un círculo de amigos y colegas del consultorio, quienes le han ayudado a llevar su compleja situación.
Mientras esto pasa y la situación de su familia se destraba, el doctor Rafael Trompiz le da la cara al virus en Pucón. Es el primero de la primera línea. Visita a diario a los pacientes golpeados por la enfermedad y junto a colegas del hospital local, han ideado un sistema de hospitalización domiciliaria que busca frenar síntomas y evitar que los pacientes se agraven y requieran una cama UCI y —eventualmente— fallezcan. No hay una estadística de a cuántos esto les ha salvado la vida, pero sin dudas que los casos existen. Tal vez más de lo que se cree. Y a eso hay que sumarle que el doctor participó de una de las primeras unidades especializadas en el país de pesquisa y trazabilidad de casos. Es decir, el doctor inmigrante, desplazado y con la familia lejos, fue parte de un proyecto innovador en Chile y que, probablemente, le dio chances a la gente y permitió que algunas (quizás muchas) vidas no se pierdan en la pandemia. ¿Cómo terminará la historia? No se sabe. En lo profesional hay que esperar que la crisis del coronavirus acabe o al menos amanine. Y en lo personal. Bueno, quizás eso sea más difícil. Probablemente Trompiz deba derramar algunas otras lágrimas. La idea es que también sean de felicidad. Aunque eso ya no depende de él.