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El comunero Ubilla
* Por Pedro Cayuqueo
Como todos me desayuné con la noticia, aquella de las tierras que el subsecretario Rodrigo Ubilla compró en las cercanías de Pucón y que lo tienen, cada verano, descansando en medio de una comunidad mapuche. Se trata de dos terrenos de 5 mil metros cuadrados adquiridos a cambio de 11 millones de pesos a la viuda de un miembro de la reducción Mariano Millahual de Quetroleufu. El pequeño detalle es que la ley prohibe la venta de tierras mapuche a no indígenas. Es así desde 1883 e incluso antes.
Por eso ardió Troya. Y si bien el director (s) de Conadi, Fernando Sáenz, respaldó de inmediato a Ubilla, “fue una compra legal entre particulares” esgrimió convencido, lo suyo fue más compadrazgo político que fiscalización. Sucede que la irregularidad existe y así lo subrayaron los consejeros indígenas del mismo organismo estatal. Estos ya anunciaron una posible comisión investigadora en el Congreso, así como una petición de renuncia para el inesperado defensor de Ubilla. El caso, advierten, podría seguir escalando.
Que se trató de un negocio legal con una persona no indígena, que la hectárea en cuestión había sido subdividida en dictadura, que el apellido del subsecretario sería en verdad Uficha (oveja, en mapuzugun) y fue mal inscrito en el Registro Civil, algunas de las justificaciones que han circulado por los medios. Bueno, la última no, es un chiste mapuche que tomé prestado de las redes sociales. Aquí les va otro: el responsable de la represión estatal a los mapuche hoy flamante dueño de tierras mapuche. El chiste se cuenta solo.
Es algo que pocos comentan. Que a Ubilla lo denunciaron los propios mapuche de Quetroleufu. Les afectó la forma en que el subsecretario, su vecino desde 2009, relacionó la ola de incendios forestales con la “causa mapuche”. Les pareció gratuito, agresivo e incluso racista. Hasta de mal agradecido lo trató en los noticieros una vecina del sector. Es algo que las autoridades no han logrado calibrar. Hablo de la solidaridad entre los mapuche. Pucón lejos está de Temucuicui y otras zonas de conflicto. Pero una misma identidad étnica nos hermana de los valles a la cordillera. De ello trata ser nación.
Retomando el punto, el argumento de la subdivisión en dictadura es por lejos el más débil de todos. Si bien Pinochet buscaba terminar con las comunidades y que sus tierras ingresaran al mercado, fue tal la resistencia a la medida que debió establecer el mismo una prohibición de venta por veinte años. Por si no bastara, en 1993 se legisló la actual ley indígena que derogó todo lo obrado en dictadura y repuso la prohibición total de venta. Es algo que caracterizó a todas las leyes indígenas del siglo XX; la protección de las tierras frente a los abusos y el acaparamiento de los winkas.
¿Cómo logró entonces Rodrigo Ubilla comprar esas hectáreas en la zona lacustre? ¿Cómo logró la propietaria vender?
Lo triste de esta historia es que existen una serie de mecanismos para burlar la ley y sus prohibiciones. Acontece a diario en zonas de alto interés turístico e inmobiliario como Pucón y Villarrica. El más común fue por años el arrendamiento por 99 años, toda una institución en Wallmapu. Luego la creatividad de los abogados ha dado con nuevos subterfugios. ¿Cuál se usó en este caso? Al parecer uno más común de lo que se cree.
Lo que sabemos es que la pareja nunca se divorció. Solo pasaron de un régimen de sociedad conyugal a uno de separación de bienes. En esa jugada legal las tierras en cuestión habrían sido traspasadas a la esposa de apellido winka. Luego bastaría no informar su carácter indígena a la hora de la transacción (y que uno o dos funcionarios se hagan los ciegos, sordos y mudos) y negocio realizado. Es legal, si, pero viciado desde la A hasta la Z. La responsabilidad por cierto es de quién vende y de quién compra. Más si hablamos de una alta autoridad de gobierno.
Durante la “Pacificación” llegaron a la Araucanía personajes que eran especialistas en estas jugarretas. Hablo de los tinterillos, “personajes de frontera más peligrosos que la araña del trigo” según describió un lúcido cronista. Ellos eran los encargados de los negocios truchos y su actuar derivó en fuente inagotable de litigios y reyertas. Lo cuenta en sus memorias José Miguel Varela, el protagonista del libro “Veterano de tres guerras”. Con los años desaparecieron los tinterillos pero no las “tinterilladas”. Es algo que todos saben en el sur; hecha la ley, hecha la trampa.
* Pedro Cayuqueo es periodista y escritor mapuche. Esta columna fue autorizada por el autor y tomada desde su blog personal www.pedrocayuqueo.cl