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Opinión

Santiago en llamas y la primavera de octubre, busquemos La Paz

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en

*Por Ernesto Vásquez

En el mes más hermoso del año, donde la primavera y la belleza declamada en los jardines cubren parte de nuestra tierra, de un momento a otro una nube de amargura se posó entre nosotros. Fue una pesadilla, que hizo revivir en mi mente los peores recuerdos de mi adolescencia y juventud.  So pretexto de una legítima reivindicación social que comparto en el fondo, ciudadanos decentes fueron testigos de la destrucción y saqueos que otros hacían en nombre del pueblo, de espacios públicos de relevancia social y de recintos privados que a todos sirven. Una mirada histórica objetiva hacia los sectores más pobres –desde los que provengo- nos da cuenta que Chile ha progresado en varios aspectos y que se nos ha presentado un estado de bienestar que es muy diferente para las clases medias que lo que era el país en los años setenta, la cual, a punta de créditos, esfuerzo y deudas, ha surgido objetivamente y para algunos tal desarrollo material, fue solo un espejismo cuyos cimientos se han basado en la injusticia y abuso del poderoso o el endeudamiento usurero. Se ha hecho natural, observar un trabajar que besa el alba para existir y se olvida de su persona para vivir. Nos creíamos un jaguar en el continente, la tierra prometida para millares de inmigrantes que escapaban de las garras de sus propios miedos e infiernos. Objetivamente, ha existido un cambio cualitativo que las nuevas generaciones no aprecian y creo no serán capaces de entender a cabalidad, porque no tienen puntos de comparación. Ellos son fruto de lo instantáneo y no de los procesos, observan la botella y el vino, pero no saben ni de la uva ni de su rutina bajo el sol, ni del sujeto que saca los frutos, ni de la vendimia que produce dicho bebestible. 

Como no todo es absoluto ni es blanco o negro, esta juventud, también es capaz de observar la desigualdad y la injusticia, donde los adultos vemos normalidad, ellos la aprecian, equivocados o no, injusticia y les repugna, se rebelan a pesar de sus bienestares; es cierto que existe en nuestra bendita patria a pesar de los avances, rangos de desigualdad material evidente –que para nuestra generación era natural que existiesen- y para las nuevas generaciones despegadas de lo precario, les es molesto, se perturban en una sociedad segregada con nudos de exclusión evidente.  La teoría del chorreo económico no ha sido suficiente y en lo humano, hemos decaído, de ser un pueblo gentil  y sencillo, nos ha abrazado a la arrogancia, tanto, que casi carecemos de amigos en el barrio continental.  El trato de las personas entre sí y hacia a los más desposeídos en particular, se ha agudizado o a retrocedido a etapas pretéritas que ya creíamos proscritas. Hay falta de empatía entre los individuos, vecinos que no se conocen ni se saludan y arbitrariedades de los que más poseen llegando a niveles escandalosos, siendo “las clases de ética” (como metafórico reproche) su punto de no retorno, mientras el débil pordiosero debía pagar con cárcel por el hurto casi famélico. 

El sistema político no dio el ancho, qué duda cabe. La reacción primitiva de un millar de sujetos, no es el camino y la censura sin “peros” de dicha violencia debió ser al unísono e instantánea, las señales y los lenguajes crean realidades y en esta desgracia no hubo líderes  a la altura de las circunstancias. Ninguna teoría del empate vale ser escuchada. No podemos olvidar que aquel que usa la violencia como medio tiene a la mentira como regla. La quema absurda de uno de los testimonios de igualdad en nuestra comunidad se desvanecía con la imagen de un metro en llamas y como si fuesen piezas de ajedrez, varias estaciones del tren subterráneo eran presa del fuego y las desquicias de enajenados sujetos arrastraban a las masas sin control, dejadas a su suerte por el Estado protector, declamando una rabia colectiva a través del caos y el descontento. Era la noche y más larga de esta primavera en Santiago.

La angustia se paseó por mis venas y llegó a mi pecho, se anudó en él y sentí que el pasado (ese de la dictadura que gobernó mi niñez y juventud) se apoderaba de mi mente, ni el recuerdo del arcoíris de los ochenta, me lograba recomponer.  Varios cincuentones de mi generación han dicho haber sentido lo mismo, un dolor agudo en el alma que se rotula con miedo en cada ser y en cada sonar de sirenas que oyen cerca del hogar. 

Hoy muchos espiarán también sus propios actos, otrora inmaculados;  olvidando los parientes que ubicaron en los cargos diversos, los privilegios de que gozaron, sus granjerías y prerrogativas, desde el mismo pensamiento del Presidente que murió en el Palacio de gobierno; otros dirán que el sol de la patria joven, se opacó y cuando algunos de sus líderes sin honrar la memoria de Andueza, Bustos o Valdés; se pasaron de jóvenes idealistas a prósperos empresarios que se llenaban sus bolsillos y guardaban sus bolsos de lana, para encumbrarse en la alta sociedad de la que seguramente nunca dejaron de formar parte como en el drama y la comedia griega, la obra y sus dos caras. Que decir de aquellos que hicieron pactos con el yerno del dictador, (hijos de un rebelde que de saber aquello seguramente se rompería el apellido en vergüenza eterna) Esos merecen una placa en el paladín de la inmoralidad. Hay también los que fundaron diarios populares desde sus comodidades del barrio alto y con sus sueños de azuzar a otros y reírse de las miserias de un pueblo que se traga lo que lee.

Otros dirán que no fueron capaces de escuchar la voz de la calle, los más novatos, dirigentes eternos de marchas perennes –algunos sin siquiera sacar sus respectivas carreras- rememorarán como incendiaron el alma de jóvenes en el Instituto Nacional o en algunas Universidades, haciendo morir a esos establecimientos, con profesores agredidos y paradocentes tratados como esclavos del anarquismo y todo ello, siendo minorías; rompieron la regla más básica de la democracia: las mayorías gobiernan con respeto a las minorías. Saldrán algunos politólogos y sociólogos que dirán que esto es la acumulación de un descontento ciudadano que se ha incubado por décadas. Algo seguro hay de aquello. Empero faltó el dueño del timón para evitar que el buque se fuera sin destino al horizonte.

Habrá, quienes declamarán que no recuerdan el día en que dijeron que nuestra democracia era sólida y que no importaba si el voto era voluntario, pues era así en los países desarrollados. “Las instituciones funcionan, nos declamaron en la cara.” 

Los más optimistas de otrora nos tomaban como un modelo y en aquel la política del chorreo debía funcionar. Es verdad que ha habido algo de desarrollo e incluso ha alcanzado para cobijar a inmigrantes que ingresaron con sus respectivas carpetas amarillas por millares. Éramos la estrella de américa se decía, un oasis, pero de cartón piedra.  Así, las entidades que resguardaban nuestros modelos de salud y previsión, no dejaban de sobarse las manos cada año en sus balances. Los bancos eran socialistas para las deudas y capitalistas para las ganancias, las empresas más grandes como si fuera un reflejo del  sino marino, se comían como lo hacen los pescados grandes a los más chicos y nos parecía natural exigir un pago a noventa o sesenta días, cuando lo lógico y justo fuere que éste se materializara al instante o al menos en un tiempo razonable. La ambición rompió el saco de algunos y estalló la rabia de otros.

Los jóvenes idealistas, sin nada que perder ni nada que hacer, sin deberes que cumplir con todo el tiempo del mundo e imbuidos de un materialismo que les permite comunicarse con lo instantáneo, sin un pasado carenciado; exigían y volvían a exigir. Nuestras normas de urbanidad jamás nos proyectaron que estos jóvenes estaban en otra dimensión, quizás algo positivo hay, pues nos hicieron despertar. Hubo muchos hogares con Padres ausentes que poco y nada de valores le han entregado a su prole y que los depositaban en colegios con docentes desempoderados y otros desmotivados porque hasta refregarse la bandera patria por cierta parte parecía un juego.  La familia –cual fuere su conformación- es el pilar de la sociedad y sobre aquella se ha de construir una comunidad con valores donde los jóvenes no sean capaces de llegar con algo que no les pertenece a su hogar, sin recibir algún cuestionamiento; ni menos ser parte de una horda de delincuentes capaces de quemar el transporte público que tanto ayuda a una sociedad más justa, sus símbolos de equidad, como el Metro, son elementos básicos que ayudan a la gente a estar cerca de sus casas antes que el sol se vaya. Los anarquistas, en la comodidad de otros que no fueron capaces de hacer un gesto por su país, buscando la caída de un Presidente elegido democráticamente, crearon el caldo de cultivo, para que estos y muchos ciudadanos decentes hasta ayer supieran que tenían chipe libre y fueron cómplices de la masa. Se olvidan que es el Estado de derecho democrático y la ley, la mejor forma de proteger al más débil, el caos es el baile y la fiesta del lumpen, que saqueó, sembró violencia y destruyó símbolos de equidad para nuestra clase media y trabajadora, como el metro. Lo dirá la historia, ningún movimiento político estuvo a la altura de las circunstancias.

La consigna fácil y vacía, sin propuesta de sustento real que funcione, tiene eslogan de justicia, empero no ha tenido un contenido real dado por quienes saben del tema; reconozcamos que aunque el Presidente ganó en las urnas, muchos no participaron del proceso y sus conductas se asimilan para varios en acciones de privilegio y les despierta una odiosidad que les enceguece. No importa el país ni el orden ni la paz, lo relevante es reírse como lo hace el dictador Maduro y plan del foro de Sao Pablo, que el caos siga avanzando para que –según supongo- se imponga una revolución en que todos seamos más felices, lo que dudo.

Nadie posee toda la verdad ni está errado en todo, pero no es el tiempo de imponer es tiempo de dialogar, de cuidar la democracia, de aceptar el disenso, cuidar el respeto por los derechos humanos, como ayer lo encabezó el que llamaban amarillo Jaime Castillo Velasco y hoy lo hace Sergio Micco, que la Defensora de la Niñez, no ceje en su actuar defendiendo los derechos de los infantes, que el Fiscal Nacional coordine a los suyos para perseguir mejor y con pruebas razonables, el adecuado reproche a los saqueadores. Los medios de comunicación también deben hacer su aporte, revisión de la parrilla programática que le entregan a nuestro pueblo, una precaria, ignorante y franciscana forma de entretener con ídolos con pie de barro que cobran millones por farandulear todo. El pueblo requiere otra cosa, menos matinales y más educación cívica. 

Qué fácil es criticar desde la prensa al otro y hacer nada: Seamos empáticos, respetuosos, analicemos los espacios de clasismo que hay en nuestros trabajos, en nuestras universidades y las conductas autocráticas de algunos que en nada colaboran y como otros, solo poseen el privilegio de haber salido de una buena cuna, de recta familia, un buen colegio y de haber memorizado las lecciones en derecho y que las han repetido como loro por generaciones, siendo un nulo aporte para el país. Debemos cambiar nuestros referentes y sinceramente, no hay una estrella líder que se asome. 

Un párrafo merece la acción de un gobernante que al parecer estaba más preocupado de los alienígenas o de Maduro, que de encausar los sueños, problemas  y reglas de su país. Que decir de un grupo de sus ministros que con miopía, falta de calle y un cuestionable sentido del humor, que mandaban a la gente a levantarse más temprano o a comprar flores, solo encendieron la mecha más de la cuenta. Razón parcial tiene mi querido profesor Carlos Peña, pues es deber del Estado en primer lugar, mantener el orden público y para ello debe ocupar la ley y el derecho, mientas otros supuestos adultos, juegan como niños, como si fueren los nuevos Altamiranos decadentes que disfrutar del caos. Es que los efectos de los dolores y sufrimientos no están ni estarán en sus hogares y nunca los padecieron (la gran mayoría de orígenes privilegiados) sino que el dolor ha de llegar a la clase trabajadora y a la clase media. 

Hagan un carnaval y desafío en Ñuñoa e inviten a rostros que cobran suculentas sumas por hacer teleseries o conciertos que por cierto repletan sin pudor y se quejan que nuestra gente no puede comprar un libro; ellos les llaman  a desafiar la autoridad, porque poseen redes, no les pasará nada y dan ese ejemplo a mis cabezas negras que con suerte tienen con qué parar la olla, gran ejemplo para que el poblador haga lo mismo y sufra las consecuencias y puedan recurrir a su líder de la moral y el deporte, el Rey Arturo. 

Seguro que muchos son culpables y lo que mi maestro Carlos Peña olvida, es que reestablecer el mando debe hacerse desde la “autoridad” en su lugar de trabajo, no desde una pizzería en momentos de crisis o jugando a las cartas políticas sin dimensionar la magnitud del Tsunami estatal que permitió un huracán delictual. 

Muchos otros colegas –como si fueran cómplices del vandalismo- olvidan el hermoso rol del defensor: “luchar por estándares que en definitiva protegen al débil y no festinar del caos”.

Qué duda cabe, nunca en favor de la violencia, ya en los tiempos de la dictadura “algunos compañeros” nos hostigaban porque con Gabriel Valdés a la cabeza, nos sentamos en la mesa con Sergio Onofre Jarpa, Ministro de la dictadura y lo hicimos por Chile, en un gran acuerdo nacional; otros termocéfalos, gritaban que fuéramos por las armas. Con manos limpias logramos el objetivo. Sabemos que no nos seguirán aquellos como los agoreros del horror  esos que olvidan las frases del Che Guevara, sobre muerte o patria sin juicio previo, sin estado de derecho, proceso propio de los burgueses o de los mensajes homofóbicos del dictador Fidel Castro. Es que solo aman la Habana y su salsa infinita, no su miseria y porque en definitiva los muertos los carga siempre el pueblo, como millares de socialistas, comunista y algunos camaradas, que siendo jóvenes dieron su vida por esos otrora llamados irracionales a la lucha armada. Todas esas muertes aún me impactan. No puedo a veces con la angustia, que ello me embarga. Es que aunque no fui detenido en recintos militares en dictadura si fui detenido en otros lugares y golpeado, siendo adolescente, pero  tuvimos suerte, no como unos amigos y niños que azuzados por rebeldes de boutique, se metieron en movimientos revolucionarios y abrazaron las armas que nunca supieron usar y dieron la vida por banderas ajenas; mis amigos eran unos niños de barrio, con los que jugábamos en las calles miserables de Barrancas, hoy Cerro Navia y que dejaron todo por la falacia de una ilusión que lleva enquistada sesenta años en alguna dictadura.

En estos días de aciago para el país, hubo la posibilidad de tener gestos de grandeza y pocos lo tomaron, destaco a Javiera Parada, hija de un mártir; quedará en la historia ese acto de amor por la paz y el país. Otros siguen buscando como ganan (siendo una minoría) una migajas de poder, en la mirada pequeña y rasca, del que no ve más allá de la punta de su nariz. En otra escena una decena de parlamentarios que se las arreglaban para pasar décadas en el Congreso, en la Cámara o en el Senado y se preocupaban que sus cercanos hijos e hijas, cuñados, concubinas y esposas, siempre estuvieran muy bien ocupados. 

Mi Chile hermoso, te tengo fe y porque el porvenir te ha de premiar con grandes oportunidades, si de verdad pudiéramos superar el clasismo que cruza el país, premiar a los mejores, colocar en los lugares más desposeídos, a los grandes profesores, los brillantes médicos, los más relevantes abogados y los soñadores de la arquitectura con vocación social y poder recompensar ese sacrificio con otras regalías futuras, de seguro muchos dejan la consigna o se quedan aislados respecto de otros que quieren soñar en un país mejor. 

Como una paradoja del destino hace años que he divagado qué pasaría si la gente no respetara el sistema penal. Tenía pesadillas de desconcierto sobre la vigencia del estado de derecho democrático y la paz; por ello, diseñé un camino desde lo que puedo aportar, entregar herramientas basadas en la felicidad como objetivo y el derecho como medio, por ello propuse apoyo para un proyecto: “Derecho a tu comuna, buscando fortalecer liderazgos positivos”, me ha costado sangre sudor y lágrimas, declamarlo y desarrollarlo.  Ahora lo haré, con tiempo y pausa, mutuo propio con los alcaldes que quieran y puedan, una charla motivacional para líderes con un efecto multiplicador positivo, directrices para solucionar en paz los conflictos sociales que entrega herramientas para superar los trances por el camino del derecho y la educación cívica. Los que me conocen saben que es una misión antigua que no ha tenido eco, como la formación jurídica de nuestras policías en el marco de un estado democrático de derecho, allí algo pude hacer, una gota en el mar de la formación prusiana, que hoy me invita a insistir en esa ruta.

Como si fuera la Roma antigua, el sistema moralmente fue decayendo y el germen de la corrupción comenzó a ingresar a la iglesia, al ejército y nuestras fuerzas policiales; a nuestros partidos políticos y a muchos que en otros cargos de relevante envergadura, aceptaron la postverdad como forma de actuación, “Asumieron como verosímil y premiaron a aquellos que denostaban a otros u otras y los sacaron del camino, a pesar de su prestigio, colocando amigotes de confianza que no dan el ancho ni profesional ni moralmente.” Necesitamos varios líderes que puedan ayudarnos, creímos que de un día para otro el infierno se esfumaba con la marcha más grande de la historia, pacífica donde la posta la pasamos a nuestra prole, para que con su pureza, puedan construir sueños nuevos y rutas propias… Aún queda la estela de la odiosidad sin reencuentro. Es el momento de mirar el futuro sin pequeñeces, de pensar en el Chile que queremos heredar a nuestros hijos y nuestras hijas; si para ello hay que hacer una nueva Constitución es el momento de dejar la huella de la otra carta en el pasado, nuestra prole y otros jóvenes, son de un época distinta, nunca podrán asumir que este Chile, era un país precario y que de pronto llegó parte de la riqueza, se hizo un torta hermosa, pero que algunos torpemente, se negaron en repartir oportunamente en forma justa y se transformó en un infierno esta sociedad otrora maravillosa. 

*Ernesto Vásquez Barriga es Licenciado y Magíster en Derecho Universidad de Chile y Doctorando en Derecho. Universidad de Alcalá y Profesor de Derecho de la Universidad de Chile – Universidad de Santiago de Chile.

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