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Sí. Sí se puede

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*Por Bruno Ebner

DISTANCIA.- Así lucen actualmente algunas cafeterías y terrazas en España.

Comienzo esta columna compartiéndoles —textual— mi último post de Facebook, publicado el pasado viernes (29 de mayo), en la tarde de Chile, noche de España:

“Hoy las terrazas de los bares de Madrid están llenas, a tope. Es viernes y todos afuera, que ya hay 30 grados. Para sentarte en una mesa incluso hay listas de espera de días. Los interiores de los restaurantes no podrán abrir hasta la fase 2 de la desescalada, con una serie de medidas. La gente está feliz, se ven reencuentros de amigos tras casi tres meses de no saber qué iba a pasar. Y mucha cerveza, vino y tapas. Hay algunos desubicados que aún piensan que todo es como antes, pero son los menos. La mayoría respeta las reglas con optimismo. Mañana, en la terraza de mi casa, quedaré con buenos amigos a parrillear. Ahora, desde ahí mismo, me tomo un vino y escucho las terrazas de mis vecinos con música, conversaciones y risas que hace mucho no se escuchaban.

“Sí. Sí se puede”.

Y claro que se puede. No son los mejores momentos en Chile para estar ilusionados o relajados. De seguro que a la mayoría se le aparece el bicho en la cabeza como un fantasma, día y noche. Esa cosa horrible, verde, redonda y llena de ventosas destructoras, como un marciano de las películas antiguas pero en microscópico. Una maldición, como la de las pestes medievales, que no conoce fronteras ni distingue nacionalidades ni orígenes sociales. Una criatura fantasmagórica que toca selectivamente a sus víctimas, y que quien es tocado tiene muchas posibilidades de poner los pies por delante.

Pero sí. Sí se puede. Se puede salir de ésta; se puede volver a tener una vida más o menos normal. Se puede volver a abrazar a la familia, a los asados con amigos, a bañarse en la playa, a las pichangas después del trabajo, a poblar de nuevo las terrazas y restaurantes, ir al cine, recuperar la felicidad o, al menos, la sensación de estar seguro y no sentirse constantemente perseguido por algo invisible. Se los cuenta alguien que vive en lo que fue durante muchas semanas la “zona cero” de la infección en Europa, España, y en especial Madrid, la ciudad del país más afectada. Hace pocas semanas, por aquí nadie quería asomar ni la punta de la nariz fuera de la casa, hubo días en que se contaron casi mil muertos diarios. Y eso según las cifras oficiales, ya que es muy probable que las extraoficiales -si algún día se comprueban- las tripliquen. 

En esos días, de la primavera sólo se sabía su nombre. Le seguía prestando días al invierno, que se sentía muy a gusto por aquí. Llovía constantemente y había mucho viento. Y frío. El hogar ideal del virus. Los pocos que salían a la calle a abastecerse se evitaban y se cambiaban de acera al ver a otro en dirección opuesta. Todo cerrado, salvo supermercados y farmacias. Los rostros eran sombríos y se percibía un sentimiento de tristeza tan gélido como el clima.

Y esto sucedió hasta hace no mucho.

Entonces, ¿cómo es que se puede? Con disciplina. Sólo con disciplina y la conciencia de que nos enfrentamos a algo verdaderamente grave. Mortal. Cumpliendo las normas, saliendo lo menos posible; dejando la política, los enfrentamientos y protestas callejeras para después. Cuando sea posible. No es momento de pensar en la fecha del plebiscito, si se mantiene o se cambia. Es el momento de pensar en salvar nuestras vidas.

Cuando comenzó esta pandemia, Chile apenas era noticia en Europa. Hoy integra el nefasto grupo de países más afectados de Latinoamérica, en número de contagiados. La mayoría pensábamos, y así lo expresé en mi columna anterior en este medio, que Chile en muy poco tiempo conseguiría aplanar la curva y empezaría a descender. Pero no fue tal. Aún así se relajaron varias medidas. La gente pecó de confianzuda y volvió a salir casi como si nada. Hubo helicópteros a la playa y se celebraron matrimonios pitucos hasta con bailoteo. Y pasó lo que pasó. Todos para dentro de nuevo, y más duro.

Aquí en España, tras varias semanas de encierro con rigor militar, el 4 de mayo comenzaron las fases de desescalada (o desconfinamiento). De 0 a 3. Y nunca con un calendario definitivo. Cada comunidad autónoma (el equivalente a región) es evaluada de forma específica por las autoridades sanitarias para decidir si se mantiene en la fase actual o está apta para avanzar. Así, mientras Madrid y otras provincias se mantienen desde el 25 de mayo aún en la fase 1, el 70%  de la península entró en la 2 e incluso hay cuatro islas que ya están en la 3, la última etapa antes de la mentada “nueva normalidad”.

Sí. Ya sé que en Chile se ha intentado aplicar un sistema relativamente parecido, por comunas. Pero, ¿ha resultado? No. ¿Ha disminuido el número de muertos y contagios? No. ¿La gente se siente más tranquila y esperanzada? Ni pensarlo. Cuando hablo con mis amigos sólo recibo frases de este tipo: “Por aquí está todo muy negro”; “Tenemos mucho miedo”; “Esto se ve muy mal”; “No sabemos qué va a pasar”.

Aquí en Madrid pasó lo mismo. Y por eso retomo mi post de Facebook con el que comencé esta reflexión: “(…) La gente está feliz, se ven reencuentros de amigos tras casi tres meses de no saber qué iba a pasar (…) Escucho las terrazas de mis vecinos con música, conversaciones y risas que hace mucho no se escuchaban (…) Sí. Sí se puede”.

Pero para eso hay que poner de nuestra parte. No seguiré con la letanía del “quédate en casa”, porque entiendo que ya es un mantra asumido por todos. Lo que sí quisiera es recalcarle a la gente que responde a ese mantra con un “no puedo quedarme porque la naturaleza de mi trabajo lo hace imposible”, o, “si no salgo mis hijos no comen”, que eso se entiende perfectamente. Que se queden los que por su tipo de trabajo puedan hacerlo y el resto a cuidarse. Pero a cuidarse en serio, no un poco. Uno no se muere un poco. Se muere y punto.

La buena noticia, además de que sabemos que se puede vencer a este minimarciano y su obsesión por fastidiar nuestra vida diaria, es que ahora también sabemos que la mayoría de la población puede ser resistente al virus. Muchos ni se han enterado de que lo tuvieron (los famosos asintomáticos) y otros apenas sintieron alguna cosquilla, como afortunadamente fue mi caso. Por eso he dicho que cuando se den a conocer todas las cifras reales nos llevaremos grandes sorpresas. 

Lo que juega en contra en el hemisferio sur, en relación al norte, es que el invierno está dando sus primeros bostezos tras su larga siesta. Así que debemos cuidarnos por la gente que no tiene esa suerte biológica. Básicamente por las personas mayores y los enfermos crónicos, pero también por muchos jóvenes de buena salud, e incluso niños, que hoy están graves. O que ya no están. Por respeto y reconocimiento a todos ellos debemos hacer que este enorme esfuerzo valga la pena.

Termino con uno de los últimos párrafos de mi columna anterior, aquí mismo: “Mientras escribo esto (19 de marzo), en España ya hay 767 fallecidos y más de 17.000 infectados. Un muerto cada 16 minutos en Madrid. Cuando usted lea esta columna habrán muchos más”.

Y hubo muchos más. Hoy, 3 de junio, éstas son las cifras (siempre oficiales): 240.326 contagiados y 27.128 fallecidos. Proporcionalmente, hay muchos más contagiados en Chile (108.686) que en España, en relación al nivel de habitantes por país. Afortunadamente no así con los fallecidos.

Sin embargo hoy, en España, ésta es la cifra de muertos diarios: 0.

¿Ven que se puede?

*Bruno Ebner es un periodista chileno residente en Madrid.

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