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Temporada de verano: lecciones que van quedando

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Ya ha pasado, prácticamente, más de un mes del inicio de la temporada de verano 2023 y hay una serie de cosas que van saltando a la vista. La primera de ellas es la evidente baja de visitantes que hemos sufrido como destino y que los gremios la marcan en un aproximado y por ahora informal (habría que hacer una encuesta para posicionar una cifra más certera) 30% menos en relación al año pasado. 

Y lo anterior es preocupante ya que, pese a todos los esfuerzos realizados por entes públicos y privados, durante gran parte del año nuestra comunidad se sustenta por lo que logra juntar en la temporada alta de verano. Y este año, probablemente las cifras no nos cuadren. Y en las razones de esto último podemos encontrar varias. Externas algunas, pero también de carácter interno.

Entre las condiciones exógenas es evidente que el país afronta una crisis económica que tiene su génesis en el denominado “estallido social” que, guste o no, agregó inestabilidad e incertidumbre para coronar con la pandemia que globalizó un virus, pero también complejas condiciones en la demanda y el consumo. Eso, sin contar la irresponsabilidad de nuestros políticos (de todos los colores) que propiciaron acciones como los retiros de fondos de las AFPs que, obviamente, sobrecalentaron una economía debilitada y potenció el fenómeno inflacionario que sufrieron también otros países.

Ahora, entre las variables internas no podemos dejar de mirar las condiciones del volcán Villarrica, el que desde noviembre se encuentra en alerta amarilla y con la amenaza constante de generar una erupción más potente que, hasta ahora, no ha ocurrido. También hay que hacer foco en el bullado “bloom” de algas que se generó en el lago los primeros días de enero. Si bien es un tema histórico (existen desde hace casi cinco décadas), no deja de mostrar una realidad de la cual debemos hacernos cargo: el lago está saturado de nitrógeno y fósforo. 

El punto de esta editorial es poner énfasis en esta realidad y hacernos cargo. Por un lado, llamar a nuestras autoridades a propiciar políticas públicas que puedan trabajar en los temas en los que es posible hacerlo y también aplicar acciones comunicacionales que puedan potenciar nuestro destino. Pero también el llamado es a los privados para que puedan, de una vez por todas, organizarse y tomar decisiones importantes que puedan apuntar a buscar soluciones y diseñar estrategias que nos potencien como lo que somos: un lugar de clase mundial para vacacionar. 

Y al final un apéndice pequeño. El llamado también es a la comunidad en general. Sería bueno tener algo de conciencia en torno a que nuestro principal motor de desarrollo —guste o no— es el turismo. Y para eso debemos cuidar el lugar donde nacimos (o elegimos para vivir), tratarlo bien y no desprestigiarlo por redes sociales (por las razones que sea). A veces pareciera que tenemos la debilidad de dispararnos a los pies más que ayudar en la búsqueda de soluciones razonables e informadas. Es probable que, pese a nuestras naturales diferencias, sean más las cosas que nos unen que las que nos separan.

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